Calzada Encarnada. Alberto de Faria Serrano.

Devoción intima de  extramuros. Siempre dedicada a los peregrinos y a los arrabales que te  ha dado secularmente cobijo y protección. El sendero de su Encarnación fue trianero y ahora ampara la soledad de los que se hospedan porque no tienen otro anhelo que encarnarse junto a Ella. Allí donde el pedregoso Vía Crucis de la Cruz del Campo alcanzaba la Muerte del Redentor, se Encarna la Vida y el calor de una Madre.

El dosel majestuoso no es más que el escenario de su Encarnación divina; su dolor ensimismado augura la calle de la Amargura , su llanto colmado estima la solemnidad del misterio de la redención de su Hijo. Aliento le falta porque la vida se le escapa por el alma encarnada. Su estigma es la oración íntima de ayer otrora más allá del río, hoy en la Calzá. Pero siempre encarnada bajo el prisma sencillo de las devociones cotidianas y anónimas de los que van y vienen de un lado a otro.

El tiempo no pasa por el inquebrantable intercolumnio de su casa. Entre ellos se dibujan las luces de hoy y no se olvidan las sombras del pasado, de los tiempos de penurias del agua a sus pies. La añoranza de la Calle Oriente Tarde de Sol no es un rito indeleble si no una reencarnación anual que se palpa hasta en el Triduo mariano de estos días. Sangre derramada en una Cruz redimida  que se regenera a borbotones. Como en el terciopelo de los antifaces que se están reencarnando un año más. Y no añoran ese puente que salvaba el caño de Carmona porque el verdadero puente que quieren atravesar es el de Encarnación definitiva. Pilato no se reencarnó como Claudia Prócula porque no le miró a los ojos, más que a la muchedumbre. Gloria permanente en el arrabal. La Calzada un año mas se engalana y se Encarna por su Madre.

Foto: Juan Alberto García Acevedo.