Arte Sacro
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Los besamanos a examen. Alberto De Faría Serrano


 Habría que considerar con naturalidad que el contacto cultual directo y cercano a nuestras imágenes es tan necesario como confortador para la espiritualidad de nuestra religiosidad popular. Es una costumbre hecha tradición. Es la conmensuración del rito que multiplica como los panes y los peces, la riada de personas que participan activamente de los mismos. Mas allá de la conveniencia de exponer a ciertas imágenes de gran peso devocional y de varios siglos de arraigo - es madera al fin al cabo-  a los riesgos de la precaria conservación de la policromía que durante un Besapié o un Besamano de dos o tres días se exponen, y en el que la hermandad pierde el absoluto control sobre la integridad física de la misma, habría que precisar que deberían en potestad de velar y protegerlas algunas consideraciones estéticas y cultuales.

Honrar a nuestras imágenes es depositar en ellas nuestras promesas. Nuestras peticiones. Nuestras oraciones. Y hasta nuestras ofrendas   íntimas, personales e  inmateriales (logros, éxitos, reconciliaciones, etc.)   O incluso materiales (flores básicamente). Pero no lo es dejar que nadie haga del culto un libre albedrío en el que pueda hacer a su antojo sin la más mínima consideración de respeto y con la anuencia de los responsables de la hermandad; ahora me acerco, ahora vuelvo. Ahora me pongo a la izquierda, ahora me pongo a la derecha, ahora poso por décima vez delante de la imagen. Ahora y ahora. Ahora ¿qué mas?

Inmortalizar el mérito y el talento de nuestras priostías y vestidores también es una muestra de cariño y de aprecio a las mismas. Por ello esta justificadísimo y hasta necesario coordinar la labor de difusión mediática de nuestras imágenes en culto con horarios precisos que lo hagan compatible con el recogimiento y la sencilla solemnidad protocolaria que requieren su estricto cumplimiento para el desarrollo personal del contacto devocional de la imagen. Pero no lo es hacer de este culto, una rueda de prensa como si  de algún famoso de la farándula en la que todo vale se tratara;  y hasta mas de algún aficionadill@, cámara en ristre cual maj@ vestid@, adopte los escorzos más inverosímiles tirad@ sobre la alfombra o pueda colocarse a un palmo de las imágenes. Y nadie le advierta si quiera mesuradamente.

Por último y quizás, el aspecto mas desagradable de algunos cultos internos de hoy, sea el escaso mimo y delicadeza a la hora de seleccionar a l@s que están al lado de la imagen; mimo y delicadeza absolutamente proporcional a cómo pasan el pañuelo por la policromía donde se ofrenda el beso. Como si pasaran la bayeta por la encimera de su cocina, vamos.  Es bastante mas perjudicial una simple pasada desmedida del pañuelo que mil besos uno detrás de otro sin pañuelo. Notorios son el estado de degradación de  algunos talones, y dedos de nuestras imágenes que en algún caso han pasado por restauración más o menos reciente, y ya vuelven a presentar desperfectos en la capa de policromía. Hasta para pasar el pañuelo a la imagen habría qué tener tacto, precisión a la hora de estar al lado y a solas con nuestras imágenes. ¿Qué cuál  tendría que ser el criterio? Sin necesidad de ser especialistas en conservación iconológica, la aplicación del sentido común podría bastar. Mientras menos se toque a la imagen, mejor. O sin que nadie use el pañuelo, una vez finalizado el mismo, venga el imaginero o el restaurador designado por la hermandad.










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