Arte Sacro
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Puerta Osario. San Luis. Álvaro Pastor Torres


 Dada la buena vista premonitoria que tiene el pulpo pitoniso Paul –y si aún no ha sido condimentado a la gallega o en aliño por los agraviados teutones - se le podría pedir que hiciera un vaticinio muchísimo más difícil que los futbolísticos: ¿qué iglesia sevillana veremos antes restaurada? ¿Santa Catalina, Santa María la Blanca, San Luis? O acaso San Lázaro, siempre tan olvidada por todos los que se rasgan las vestiduras patrimoniales en este valle de lágrimas cultural. El templo del viejo lazareto hispalense agoniza entre rotondas con higueras que nacen de sus mismos muros “si un tiempo fuertes ya desmoronados/ de la carrera de la edad cansados/ por quien caduca ya su valentía”, que diría Quevedo.

En Santa Catalina, de vez en cuando, cambian las tejas de sitio para que parezca que se está haciendo algo. Por la Puerta de la Carne ni están ni se esperan albañiles en la vieja sinagoga revestida del halo barroco por el empeño de un canónigo, don Justino de Neve, inmortalizado por su amigo Murillo en un magistral retrato que nunca debió salir de Sevilla y que hoy cuelga en la sala española (Room 30) de la Galería Nacional de Londres, junto al autorretrato del pintor y otros 5 murillos 5, entre ellos la bíblica piscina del paralítico expoliada por Soult en la Santa Caridad.

San Luis de los Franceses acaba de echar el cierre. A la restauración le han colgado el terrible sambenito de integral, como a San Vicente o San Bartolomé, ojú. Cuentan que es para dos años; después, sabe Dios, como dice mi amigo Antonio, que en las obras no todo es empezar sino rematar pronto los poyaques (po ya que estamos metidos en faena vamos a hacer esto y lo otro) y los temibles reformados.

Si el demonio tuviera que tentar en Sevilla a una buena moza seguro que la subiría un atardecer al pasillo exterior de la cúpula de San Luis y le enseñaría el sol de mayo o de noviembre escondiéndose entre irisaciones rosas y malvas por los cerros aljarafeños: todo esto te daré si me…

La clausura de San Luis –joya esencial del barroco y uno de los edificios más desconocidos por los propios sevillanos- ha coincidido con la aparición de un nuevo un libro sobre este templo levantado por los hijos de San Ignacio de Loyola como noviciado. Hace el número 89 de la colección Arte Hispalense y su autor, Juan Luis Ravé, dibuja un extraordinario estudio sobre el conjunto –incluida la capilla doméstica- no sólo desde el punto de vista artístico sino también histórico, desentrañando a sus comitentes, pues como dice el refrán nunca un melonar se entiende sin ver antes a los dueños de su choza.

Publicado en EL MUNDO de Andalucía, Edición Sevilla, Domingo 11-VII-2010

Foto: Álvaro Pastor Torres.










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