Arte Sacro
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Amor muerto. Antonio J. Muñoz Maestre


Amor ¿muerto? Acudamos al rescate. Es la esencia del cristianismo, y la estamos perdiendo. La perdemos a nivel general, a nivel local y al más local todavía de las hermandades. Hermandades, grupo de personas sin parentesco de sangre que se sienten hermanos unidos por… ¿por qué?   

Los cofrades tendemos a poner a las imágenes, a los titulares, en medio de todo. Por cierto ¿por qué al hablar de ellos decimos “imágenes” y “titulares”, y no “Jesús” y “María”? Los conceptos suelen autodefinirse, y “hermandad” significa: grupo de hermanos. Lo mismo, por cierto, que su sinónimo “cofradía” (que no, que cofradía no equivale a procesión). Nuestras hermandades son grupos de hermanos en torno a Jesús y a María, pero sobre todo, unidos entre sí. Y repito, ¿unidos por qué?

Exprimiendo los evangelios, es evidente que la esencia de las enseñanzas de Jesús no está en establecer prohibiciones, mandatos ni reglas. Su mensaje es tan profundo, tan sencillo de explicar y tan difícil de cumplir que se resume en una sola palabra: Amor.

El amor no es algo que podamos aceptar en nuestras vidas como una regla o una imposición. Debería brotar igual que una brizna de yerba una vez que se ha plantado la semilla sobre tierra fértil. En suma, debería salirnos de dentro: “En esto conocerán que sois mis discípulos. En que os améis unos a otros”.  Un cristiano debe ser reconocible por transmitir amor.

En ese “unos a otros” cabe toda la humanidad. No es admisible que alguien que se llame cristiano pretenda poner algún tipo de barrera. Si Jesús dijo que incluso al enemigo, no cabe ninguna excepción. El que la ponga, ya sabe que quedará automáticamente alineado en el bando de los “sepulcros blanqueados” y “raza de víboras”.

¿Y cómo somos los cofrades? ¿Amamos? ¿Transmitimos ese espíritu? Dejemos las preguntas sin contestar, y que cada cual se juzgue a sí mismo, o estaríamos cayendo en aquello que podríamos condenar. Los hechos están ahí, y los hay que nos elevan, igual que los hay que nos envilecen.

Cualquier Domingo de Ramos, Él volverá. Está muerto, y lo llamamos Amor. Ojalá pudiéramos quedarnos simplemente en una interpretación de su misión en la tierra (muerto de Amor, muerto por Amor), y no en otra que bien podría ser hasta realista (el Amor ha muerto). Su rostro afilado ya perdió la sangre y cuesta imaginar una vieja expresión en las cejas o en los labios. Pero esos labios, horas, meses, años atrás, pronunciaron la palabra “Amor” tantas veces, que si todavía no tenemos claro su mensaje es que estamos completamente de acuerdo con la injusta condena.

El Salvador saldrá de El Salvador. Lo llamaremos “Amor”, sin reparar quizás en su Nombre. Que Él sepa perdonarnos, y nos resucite. Y que algún día, encontremos la forma de abrir esos ojos y sentir el movimiento de esos labios, para que ese Crucificado sea más, mucho más,  que un Amor que ha muerto.

Fotos: Enrique Escalera Martínez










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