"Ser baratillero es mi forma de ser cristiano". Carlos Navarro Antolín. Diario de Sevilla.
Le enorgullece que le llamen el alemán. Es padre de 8 hijos y abuelo de 18 nietos. Se agita cuando unos turistas germanos se sientan junto a su mesa y hablan en su lengua natal. Añora los tiempos en que no sólo parlaba sino también pensaba en alemán: "Era la mejor forma de dominar el idioma". Otto Moeckel von Friess (Sevilla, 1929) recibe esta noche un homenaje en reconocimiento a su labor por el mundo de las cofradías. La iniciativa, promovida por Manuel Román, Antonio Silva, Ricardo Suárez y Salvador Cuiñas, entre otros, ha obtenido un respaldo masivo. Tanto, que el salón escogido se ha quedado pequeño para responder a la demanda: "Me siento muy responsable ante este homenaje. No quiero dejar en mal lugar ni a las cofradías, ni a mis familiares, ni a mis hermandades. Me pesa mucho tener que pronunciar un discurso. Soy más de hablar cara a cara. No estoy acostumbrado a estas cosas. Estoy muy inquieto".
Otto Moeckel, nacido en el Paseo de Colón, fue hermano mayor del Baratillo de 1967 a 1974. Cuenta con la medalla de oro de la cofradía a la que todo le sigue dando. De profesión, empresario de maquinaria eléctrica de vanguardia que tuvo a su cargo más de 70 empleados. De convicción, monárquico. Su pasión, el Baratillo. ¿Qué supone en la vida de este hombre? La calada del cigarro es honda. Los ojos claros miran hacia arriba. Un suspiro parece dejarle clavado en el asiento: "Ser baratillero es mi forma de ser cristiano, apostólico y romano. Y una forma de serlo muy sevillana. Me inscribí en plena Guerra Civil, cuando sólo había doscientos hermanos. Yo vivía en un segundo piso de la calle Adriano y en el primero residía la familia Arcenegui. El novio de una de las hijas era Miguel Puch García de Longoria, que fue el que me apuntó por iniciativa de mi madre".
Vivió en el Paseo de Colón hasta los dos años. Sus padres se trasladaron entonces a la calle de donde aún no ha salido: Adriano. Primero al número 40. Después al 37, 38 y 39. Posteriormente al 28, 30 y 32. Y siempre en tan umbría calle. "Mi padre murió a los 50 años en el número 40, motivo por el que nos mudamos. Mi madre no quería seguir allí". Otto Moeckel asegura que fue educado con mucho cariño: "Sí, pero también de manera firme y muy responsable". Le tocó criarse en una época muy difícil: "Una asistenta me enseñó de niño a cantar La Internacional. Recuerdo que dejó de trabajar en mi casa. Yo de pequeño tenía tan bien ordenados los juguetes que me molestaba que me los cambiaran de sitio. Soy así, siempre he sido así. Mi formación es muy germana. Soy muy constante. Nunca di de baja a nadie siendo hermano mayor. Los buscaba uno a uno para darles una solución. Creo que una persona se apoya en tres pilares. El primero son los genes, que en mi caso son de Sajonia en dos cuartas partes. De Baviera en una cuarta parte. Y otra cuarta parte son de Navarra y Guipuzcoa. El segundo pilar es la educación. Y el tercero es el lugar donde uno vive".
Difícilmente olvidará el mes de julio de 1939. Viajó a Alemania con dos tíos paternos: "Volamos en un Junker trimotor de veinte plazas. Salimos a las nueve de la mañana y llegamos a las siete de la tarde tras varias escalas. Fuimos al pueblo de mi padre, Rodewisch, donde lo que había era una iglesia protestante en la que asistí a varios oficios. El templo católico más cercano estaba a tres kilómetros. ¡El problema fue volver a España porque la Segunda Guerra Mundial estalló el 1 de septiembre! Tuvimos que hacerlo por Italia".
Recuerda que las hermandades sevillanas se revitalizaron a partir de 1936: "Al pasar los días fuertes de la guerra, las hermandades comenzaron a vivir un auge. Supongo que cuando hay menos riesgos es más fácil pertenecer a algo. Las hermandades de entonces estaban más determinadas, al igual que la Iglesia. El pan era pan y el vino era vino. Ahora todo es más relativo". Y evoca los Papas que ha conocido rematando con una reflexión sobre el actual: "Me siento muy identificado con Benedicto XVI".
A pocos escapa la generosidad de este hombre con el Baratillo: "Siempre he entendido el dinero como un medio y no como un fin. He valorado siempre más el saber, el ejemplo y el trabajo. También he conocido al Baratillo con cosas prestadas. He visto a la Caridad con la corona de la Virgen del Amparo y una bandera pontificia en el cortejo, cedida por el Rocío de Sevilla, cuando en el Baratillo no tenemos ese título". Ha vivido el Baratillo con una gestora dirigida por el cura del Sagrario (1940-1955), ha visto a la cofradía por el antiguo itinerario de Castelar, Gamazo, Barcelona y Plaza Nueva, y ha salido con la túnica antigua, aquella blanca con manguitos, antifaz y capa negros. ¿Cuál es su puesto preferido? Largo silencio. "Donde mejor sirva a la hermandad y mis facultades físicas me lo permitan. He salido con cirio chico, cirio grande, insignia, de diputado, en la presidencia, de fiscal... Lo he vivido todo". ¿Quiénes saben de verdad todo lo que ha dado por su cofradía? "Mi familia y cualquiera que conozca bien el Baratillo".
¿Puede escocer a alguien este homenaje? "No debería, porque cada cual, según sus circunstancias, podría haber hecho también mi labor". Recuerda sus otras hermandades por quienes le apuntaron: Juan Delgado Alba en el Silencio, Antonio Fernández en Jesús Despojado y José Jesús García Díaz en el Santo Entierro. Es un enamorado de la Carretería: "Siempre me han gustado las buenas relaciones entre las hermandades del día y del barrio". Prefiere no citar cuál ha sido el mejor hermano mayor. Se le pregunta por la gestión de su hijo Joaquín y se le humedecen tímidamente los ojos. ¿Usted se siente respetado y querido en el Baratillo? "Supongo que sí". Y añade: "Sólo he tenido enfrentamientos cuando no se han respetado las tradiciones cristiano-baratilleras".
Foto: Juan Carlos Vázquez.