Arte Sacro
  • Noticias de Sevilla en Tiempo de Pascua
  • viernes, 26 de abril de 2024
  • faltan 352 días para el Domingo de Ramos

Meditación al Santísimo Cristo de la Providencia


JESÚS DE LOS SERVITAS

¡Señor! Dime que estás vivo,
que en Ti la muerte no anida,
pues tu entereza da vida
a ese amor superlativo
cuyo umbral no es excesivo
para colmar nuestra fe,
aquella que no se ve
pero que el alma sí siente
con el pálpito latente
de un poder que no se fue.

Ante tu cuerpo desnudo
el tiempo pasa discreto,
mostrando así su respeto
frente al martirio más crudo
que al orbe dejase mudo
tras cumplir la voluntad
de la Paternal Deidad,
la de morir en la cruz y
erigirte en esa luz
que guía hacia la Verdad.

Habitas desvencijado
la oscuridad de una escena
donde ardoroso resuena
el suspiro acompasado de
tu corazón tronchado en
la exangüe anatomía que
aguantó la tiranía de la
insensatez humana,
mas tanta impiedad mundana
la perdonas sin falsía.

Depositaré mis besos junto
a tus abruptas llagas,
y como nunca naufragas,
siempre tu piel y tus huesos
resistieron los procesos
de una ilícita tortura,
rebasando la amargura
contenida en tu interior
y envuelto por el fragor
que perturba la locura.

Tu mano cae sobre el suelo
con esa sangre que riega
todo el fruto de tu entrega,
tornando el fervor su vuelo
cuando intuye el desconsuelo
de un semblante compungido
que, con su ceño fruncido,
quiere arrullarte pensando
que quizás te halles soñando
y no que estés consumido.

En un pecho, siete espadas
fracturan el sentimiento,
trocándose en sufrimiento
por aquellas afiladas
armas blancas alargadas
que dan paso al gran quebranto
que se derrama en el llanto
de una Madre en los Dolores
provocados por traidores que
rinden culto al espanto.

La injusticia se refleja en
el morado hematoma que
por tu mejilla asoma,
a la par que despelleja
aquel atisbo de queja
sin llegar a hacerse grito, no
habiendo mayor delito que el
que un esbirro dañara el
esplendor de tu cara
por tanto rencor maldito.

Quedó atrás la pesadilla
de una mísera condena
traducida en la gangrena
que a tu apariencia mancilla
con la vileza que humilla
toda tu mansedumbre,
obviando la incertidumbre
propia de una lobreguez
deshecha con avidez
al revelarnos tu lumbre.

Ya no se clava en tu frente
una corona de espinas,
aunque en tus sienes divinas
siga quedando evidente
esa aflicción transparente
por el atroz sacrificio
que aceptaste cual servicio
para redimir al hombre,
alzándose, pues, tu Nombre
después de tanto suplicio.

A la sombra del madero
se alarga nuestra existencia
mediante la omnipotencia
que nos marca el derrotero
de tu impulso postrimero,
y en nuestro espíritu incitas
las bondades infinitas
impregnadas en tu Ser para
en Ti siempre creer,
buen Jesús de los Servitas.

A TI TE HABLO, SEÑOR

Casi no me atrevo a alzar mi voz en medio de esta penumbra en la que estamos a solas Tú y yo. Me siento como aquella primera vez en la que, siendo niño y días antes de acercarme a la mesa del altar en una jubilosa mañana de mayo para comulgar tu Pan -cuyo místico sabor aún desconocía–, me postraba de hinojos en un confesionario para reconocer mis pecados al sacerdote que, sigiloso, escuchaba atentamente lo que le declaraba aquel ingenuo mozalbete que fui.

Han pasado los años, y hecho ya un adulto me enfrento a esta íntima tesitura de posicionarme ante tu presencia y meditar sobre tu insondable Pasión, ahora que el calendario galopa con brío en las frías noches de invierno hacia una flamante Cuaresma en la que todos habremos de convertirnos para creer en tu Evangelio, tal y como se nos musita por parte del oficiante de aquella celebración en la que se nos impone la ceniza sobre la frente, una vez más, en ese miércoles desde el que se emprende la cuenta atrás hacia la pascua…

La vida no es más que una sucesión de hechos en los que tratamos de evitar esa caída en una tenaz rutina que, al final, no nos dirige a ninguna parte a no ser que te busquemos para ir Contigo a donde Tú nos quieras llevar, por eso hago mía aquella aseveración de San Mateo, puesto que “cansados y agobiados venimos hasta Ti”, porque a tu lado nada estará perdido jamás y sabremos acarrear con resignación las cargas que coloca sobre nuestras espaldas esta sociedad en la que tantos pretenden ignorarte, cuando no son conscientes de que tus caminos son inescrutables, y quienes queremos seguir tu Palabra nos aferramos a ella para intentar hacer factible un mundo mejor. Precisamente por eso, no podemos consentir durante este vital peregrinaje que se extravíe la fe, ya que ésta, según manifestaba San Lucas, “no hace que las cosas sean fáciles, hace que sean posibles”, así pues, Señor, ayúdanos a cambiar las cosas para mejor, porque para Ti no hay nada que sea inasequible.

Fuera del sepulcral mutismo de esta capilla hay una misión para cada uno de nosotros que Tú mismo te encargas de encomendarnos, y cuando yo esta noche abandone este sacro recinto, haz que te siga sintiendo como ahora mismo, con idéntico pulso acelerado, y cumpla los designios que me marques sin que me pase como le ocurrió a Samuel cuando dormía cerca del arca de la alianza, que lo llamaste hasta en tres ocasiones, y confundido acudía a Elí, el sacerdote del templo de Siló, creyendo que era él quien reclamaba su servicio, sino que convencido yo te responda como hizo aquel joven la vez en que al fin te reconoció: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”, y así, con

convicción, sepa que me darás sabiduría en el discernimiento, y que del mismo modo lograré serenidad cuando me concedas el don para hablar de Ti desde mi experiencia personal como cristiano.

Uno de mis mayores anhelos, Jesús, es el serio compromiso de transmitir a mis hermanos un auténtico mensaje de esperanza, aquella que desde la antigua Grecia definía el filósofo Aristóteles como el sueño del hombre despierto, y es que la esperanza no fenece, no puede hacerlo, pues si se desvaneciese… ¿Qué nos quedaría? Un abismal vacío donde retumbaría el eco de una descomunal zozobra.

Y para que mi testimonio recale en buen puerto, diré como San Pablo a los corintios: "Creo, por eso hablo". Hablo porque creo en tu infinita misericordia y en la humildad con la que acometiste tu labor redentora. Hablo porque creo que siempre estás a nuestro lado hasta en la más intrincada adversidad y que no nos abandonas bajo ningún concepto. Hablo porque creo en la magnificencia de tu supremacía y en el Reino que nos tienes prometido. Hablo porque creo que eres el Mesías que había de venir a dar remate al proyecto divino y en tu real presencia en la Sagrada Eucaristía. Hablo porque creo en tu incuestionable triunfo sobre la muerte y en tu gloriosísima resurrección. Hablo porque creo en la iglesia que Tú edificaste y que estás sentado a la diestra del Padre como juez supremo de nuestro devenir. Hablo porque creo, en definitiva, que eres Dios verdadero.

Pareciera que duermes relajado,
negándome, Señor, a verte muerto
a pesar del maltrato recibido
en las gélidas horas de un tormento
que a través de los siglos dejó huella
sobre una firme tierra que es sendero
por el que tu Pasión sella una historia
fielmente recogida en nuestro credo,
el mismo que rezamos todos juntos
a una voz unitaria, la de este pueblo
que acoge y hace suyas tus doctrinas
al saber que Tú eres el Maestro,
el que vino a cumplir lo prometido
a la luz del Antiguo Testamento,
ese Dios hecho Hombre por nosotros
para poder librarnos de un infierno
donde brotan el mal y la ojeriza
que quiebran la concordia en mil fragmentos.

Te muestras malherido por la envidia
de tantos que no creen en los preceptos
que inculcas sobre quienes te seguimos,
desterrando las dudas y los miedos
gracias a la esperanza que renace
como dulce susurro placentero
que acaricia tu piel palidecida
sin borrarse de ésta el cruel recuerdo
de unos clavos hiriendo pies y manos
y una lanza incrustada bajo el pecho,
mas déjame, Jesús, que me arrodille
ante ese altar insigne de tu cuerpo,
y así poder sumirme en la oración
que genera en mi ánimo el misterio
en el que te ofreciste, sin dudarlo, por
esta humanidad que mira al cielo
para hallar la grandeza inextinguible
de una llama que prende con su fuego
la vela que se enciende en el sagrario
al calor de tu vivo sacramento.

Abrigado en la sábana empapada
con el llanto insondable y nunca escueto
de Aquella que engendrase tu figura,
su maternal regazo se hace lecho
como cuando en Belén viniste al mundo,
después de recorrer un largo trecho
desde Jerusalén hasta el Calvario,
aquel rocoso monte amarillento
en el cual arribaste moribundo
cuando por su llanura ibas subiendo
en busca de una muerte presagiada,
y al bajar de la cima del madero
volverías al punto de partida
que supuso un durísimo reencuentro
con esa mujer fuerte de la Biblia
en la que te encarnaste como Verbo,
pues María, transida de Dolores,
se hunde poco a poco, por momentos,
a la vez que contempla entristecida la
ruina derrumbada por un viento que
sopla sin sentido ni medida mientras
éste se filtra entre tus dedos.

Acudo a Ti, Señor, buscando paz en
el grandioso mar de tu silencio, y
añorando obtener la absolución a
todas esas faltas que cometo
sin percatarme apenas de las mismas,
pero tiendo a ser débil en exceso
aunque sé que no sirva como excusa,
por lo que arrepentido, yo me acerco
a tu egregia presencia ante un retablo
en donde sólo imploro ese consuelo
que tantos te rogamos con urgencia
sumidos en un hondo desconcierto,
teniendo siempre claro que Tú vives
más allá de los límites de un tiempo
que con tus invisibles hilos mueves
para darnos tu amor hasta lo eterno
sin que peligre en largas agonías
que puedan trastocar los sentimientos,
creyendo sin temor en tu Palabra
recogida en los Santos Evangelios.

Se siente tu respiro en nuestras almas,
y la bruma ascendente del incienso
envuelve con la brisa de la noche
la atmósfera que cubre en terciopelo
la espléndida reliquia de tu Ser,
porque estarás muy pronto bien despierto,
pues mantienes tus ojos clausurados
solamente a la espera que tus sueños
puedan, al fin, tornarse en realidad
y veamos que no te estás muriendo,
sino que nos impartes tu lección
para aprender de Ti tus mandamientos,
por eso sólo duermes, no te has ido
a ningún otro sitio que esté lejos
de esta comunidad que te venera
como único Rey del universo.

En tu admirable efigie se concentra
la intensa devoción que te profeso, ya
que por tus muñecas se evidencia la
soga que marcó tu cautiverio
violando tu Poder tan Soberano,
y tus rodillas rotas son reflejo
de las impetuosas Tres Caídas
que ultrajado sufriste bajo el peso de
aquella tosca cruz de los pecados,
los mismos que en tu carne produjeron
las cruentas Cinco Llagas descarnadas
que te hicieron sentirte prisionero
sobre el aciago tronco de la infamia,
estallando de angustia el firmamento a
causa de la absurda necedad
de tantos homicidas y embusteros que
intentaron mofarse a su manera de tu
inconmensurable magisterio, pero en
cambio, Señor, Tú resististe,
pudiendo hacerle frente a los desprecios
de una incrédula chusma resentida
que jamás consiguió vencer tu esfuerzo,
pues aunque haya algunos que no quieran,
siempre se rezará tu Padrenuestro…

SÁBADO SANTO, PASCUA PRESENTIDA

Como queriendo pasar desapercibida, cautelosa, se retuerce en sus funestos Dolores esa doncella que se ahoga en las desazonadas lágrimas que rociarán tu cuerpo, lluvia impoluta que te cubre de atribulado amor tras descender de aquel leño que convertiste en signo inequívoco de salvación. Nunca quiere destacar ante nosotros, por lo que trata de permanecer por sí misma en un segundo plano, mas nuestro corazón no quiere consentirlo, y Tú antes que nadie, Señor, eres el primero que nos recuerda, como se afirma en el canto del Akáthistos, que Ella es “de veras el trono del Rey”.

He venido a tu encuentro para hablarte porque así me lo pidieron generosamente los hermanos de esta vetusta corporación, pero no puedo hacerlo olvidándome de Ella, la que en su plena adolescencia tuvo la valentía de responder afirmativamente, sin cavilar, al anuncio del arcángel San Gabriel, dejándose pues interpelar por el Altísimo sin solicitar explicación alguna. Ella, María, que es la fuente de Salud inagotable y Esperanza eterna de los mortales, Pastora de esta grey que es tu pueblo peregrinante, lo dio todo por un ilimitado sentir que traspasa confines insospechados hasta el extremo de acabar amortajándote entre sus brazos como Cordero místico que moriste por defender a quienes son capaces de amar, y resucitaste para abrirnos la puerta del cielo como se recoge en el salmo.

Han transcurrido veinte siglos desde que pasaste por el Gólgota, esa colina con forma de calavera en la que señala la tradición que fue enterrado Adán, y la sangre que derramaste se filtró hasta tocar el cráneo de aquel primer hombre de la historia para así redimirnos a todos de la pegajosa mancha del mal. Sin embargo, seguimos siendo responsables de que tu muerte no se haya quedado definitivamente atrás, sino que por nuestra culpa te continuamos crucificando día a día, si bien el dolor de aquella angustia no deja de padecerlo la Virgen. Por eso, ayúdanos a que seamos mejores cristianos para convertirnos en auténticos pregoneros de tu Evangelio y llevar tu Palabra a todos los rincones del mundo, pues solamente así, de esta manera, podremos apaciguar el acendrado llanto de tu Madre que es también la nuestra, Reina de todo lo creado que no se merece seguir sufriendo, después de tantas centurias, por los errores que comete esta sociedad.

Es imposible asistir a esta recoleta capilla, ubicada en este entorno eminentemente íntimo y conventual, y no reparar en Ella, cuando en su delicada figura está la esencia del origen de esta hermandad, el germen de la hispalense devoción servita, porque sus fieles y devotos son Siervos de Nuestra Señora, y aunque el significado de ese papel en la historia de la humanidad tiene sentido por Ti, Señor, sabemos con certitud que nada sería lo mismo en nuestra Iglesia si no la tuviésemos en cuenta a Ella como fulgente estandarte de gracia, por eso se nos desgarra el espíritu al descubrirla sola y abatida.

Reclina la Señora su afligido rostro mientras sus párpados se humedecen ante la incomprensibilidad de todo lo ocurrido alrededor del Fruto de sus entrañas castísimas, y siente cómo el alma se le resquebraja en añicos cuando con la mano derecha busca esa mirada apagada que debería resplandecer constantemente más que el propio sol... Tu mirada, Jesús, trata de sobrevivir en el crepitar de los pabilos que arden en los cirios que portan al cuadril los cofrades que, cubiertos con su antifaz y revestidos con las túnicas inspiradas en el hábito de la orden creada hasta por siete santos fundadores, anteceden a ese altar itinerante en el que quien es azucena de intacta belleza muestra a la urbe la dádiva amorosa de tu entrega.

Tarde del Sábado Santo,
sabor a melancolía,
se ha cumplido tu Pasión
y asoma por una esquina,
justo detrás de San Marcos,
una esbelta cruz de guía que
va indicando la senda de tu
humilde cofradía,
y unos negros nazarenos,
como Siervos de María,
con la paz de su silencio
junto a tu Madre caminan
para calmar sus Dolores
cuando la luz agoniza
en esas horas que avanzan
mientras el tiempo suspira
sobre el cabello que cae de
tu cabeza divina,
y aunque tu cuerpo parezca
que se ha quedado sin vida,
hay que aliviar esas lágrimas
que surcan por las mejillas
de quien fue el primer sagrario
donde tu amor se eterniza,
pues triste llora la Virgen,
en su Soledad sumida,
al atravesar las calles
por las que Ella transita
pensando que te has marchado
y que ya no volverías.

Van doblando las campanas
en espadañas antiguas
de conventos centenarios
y en torres envejecidas
de invulnerables parroquias
en las que la fe palpita
a través de un recorrido
en el que el sol se declina
dándole fin al periodo
de tus sacrosantos días,
por eso va la ciudad
a buscar tu comitiva
en los instantes postreros
de una pascua presentida,
para encontrarse Contigo
entre la cristalería
de aquellos cuatro faroles
que te escoltan e iluminan
alzado sobre un tapiz
que proporciona armonía
al conjunto de unas andas
clásicas pero distintas
y a las plantas de una cruz
de elegante orfebrería
–plata, marfil y carey– en
la que todo se explica.

El reloj no se detiene,
rodean sus manecillas
una esfera que conduce
a la lenta anochecida
en la que las marchas fúnebres
darán paso a una vigilia
que renovará en nosotros
esa creencia infinita
en tu Palabra, Señor,
sintiendo tu cercanía
al verte sobre las piernas
de quien limpió tus heridas,
la Virgen de los Dolores,
que consternada te mira
suplicando a las alturas
la piedad que le permita
poder seguir confiando
en que pronto resucitas,
pues Tú eres Dios de vivos
que los pavores disipas
con esa fuerza pujante
cuyo vigor anticipa
tu mensaje esperanzado,
la de la gloria que habita
en torno a siete puñales
que desclavan tus Servitas
al hacer su penitencia por
las calles de Sevilla.

TU PROVIDENCIA DIVINA

En medio de las sombras que envuelven a menudo nuestra propia existencia, me has concedido, Señor, el inmerecido privilegio de venir a tu casa y hablarte quedamente al oído. Y créeme si te digo que he tratado de vaciarme por completo ante Ti porque pienso que es, tal vez, lo que esperabas de este cristiano que jamás oculta ante nadie que lo es y que sigue fielmente tus huellas, aunque a veces el camino pueda ser pedregoso.

Durante estas largas semanas en las que he tenido que pensar tanto en Ti, hecho que casi no sé cómo agradecer por todo lo que has infundido en mí, Jesús, me he preguntado en innumerables ocasiones qué podemos hacer tus cofrades para dejar de navegar a la deriva en esta grandiosa parcela de tu Iglesia que son nuestras hermandades. Sí, ya sé que la propia historia está plagada de desatinos y que, no obstante, con tesón, se han ido superando los infortunios de cada época. Pero déjame que te pida para que nos ayudes a remar a todos en una misma dirección en este navío cuyo timón sólo llevas Tú, a pesar de que nuestros enojos, nuestras desidias, nuestros resentimientos y nuestras envidias hagan que nos olvidemos muy a menudo de todo lo que tuviste que padecer por este pueblo. Las varas y las medallas son lo más irrelevante, porque lo que sinceramente importa es que se mantenga encendida de modo perenne tu luz, la misma que prende en esos cirios con los que se alumbra el sólido trayecto que nos guía hasta Ti, perpetuo hermano mayor que marcas las directrices de esas reglas que juramos en nuestra imperecedera protestación de fe.

Me despido por hoy de Ti, Señor, si bien no sé si Contigo existe realmente el adiós. Creo que no, pues llevo años comprobándolo en mi propio barrio, porque cerca de uno de los lugares en los que desarrollo mi vida espiritual te contemplo en un casi escondido retablo cerámico que, cuando es descubierto, llama poderosamente la atención al encontrarte retratado tan lejos de esta collación en la que siempre has habitado. Y allí, en una feligresía que cumple sus bodas de brillantes al amparo de un dominico santo oriundo de Amarante, sé que no dejaré de verte representado tal y como te observo ahora mismo… Y a tus plantas deposito la ofrenda de mis reflexiones…

Atrás quedó la cruz del desaliento,
en la que hiciste frente a un vendaval
que azotó con su fuerza irracional
allá por las laderas del tormento.

Como a un vulgar bandido te trataron
los perversos verdugos que te hirieron
y quienes luego no se arrepintieron
de los infaustos males que causaron.

Por nosotros te diste valeroso,
prometiéndonos, pues, el paraíso
en un crucial momento tan preciso
que todo parecía prodigioso.

Tu muerte no fue el fin, sino el inicio
de aquella vida eterna que prometes,
tras destruir cadenas y grilletes,
y así anular del mal cualquier resquicio.

Mas de Ti nunca estuvo retirada
la que fue tabernáculo primero
para acoger silente y con esmero
tu malograda carne lacerada.

La Soledad serán Siete Dolores
en el sufriente pecho de María
debido a la penosa rebeldía
de aquellos que propagan mil temores.

Tu mano izquierda busca la tersura
de aquella otra mano virginal
que muestra su querencia maternal
en ese noble gesto que aún perdura.

Descansas somnoliento y fatigado
sobre aquel catafalco que se eleva
al tiempo que la tierra se renueva
sabiendo que no fuiste derrotado.

Tus labios se quedaron entreabiertos
para poder seguir testimoniando
la Verdad que Tú fuiste proclamando
incluso al predicar por los desiertos.

Ansío tu perdón y tu clemencia
para poder calmar el corazón
mediante la veraz meditación que
lleva a tu divina Providencia.

Juan Manuel Labrador Jiménez

 

Fotos: Fco Javier Montiel










Utilizamos cookies para realizar medición de la navegación de los usuarios. Si continuas navegando, consideramos que aceptas su uso.