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La poética de la luz en la obra de Emilio Díaz Cantelar


José Fernando Gabardón de la Banda. La luz ha sido una constante en la concepción artística, ya siendo un elemento esencial en la construcción espacial, un efecto puramente ornamental o incluso onírica, de resabias simbólicas, que ha ido más allá de lo puramente material. Lo onírico se hace inmaterial, con juego de matices difusos que se expande por todas las superficies. Crea una peculiar atmosfera en la que el tiempo se diluye, se compacta, sin ningún tipo de medidas. La luz simbólica ya aparecía en las vidrieras de las catedrales, en los lienzos de algunos pintores del Quatrociento italiano y de la primitiva pintura flamenca, o en los contrastes de luz y sombras de la escuela de Caravaggio. Los simbolistas ya en el siglo XIX asumieron con matices la concepción de la luz como uno de los fundamentos de su pintura. Los impresionistas de la escuela de Alcalá de Guadaira impregnaron a sus paisajes de una delicadeza melancólica cuya esencia fue recogida por alguno de los grandes pintores de finales del siglo XX. El simbolismo llevaría la concepción subjetiva de la luz a una pura recreación de la mente del artista, convirtiéndose de esta manera en una metáfora de la realidad, en un aditamento del mundo de la realidad material. Y este matiz lo alcanza a lo sublime la obra del pintor Emilio Díaz Cantelar, uno de los creadores más prolíferos de finales del siglo XX hasta nuestros días. Al igual que en la pintura, su aportación al mundo del cartel primaveral sevillano ha sido determinante en la evolución de la escuela sevillana. Concebidos como lienzos, sus carteles son un bello ejemplo del triunfo de lo onírico, en la que la luz matizadora de un colorido sinuoso lo lleva a convertirlo en un verdadero genio compositivo.

Nacido en el barrio de la Feria de la ciudad de Sevilla en 1944 en aquellos duros años de la posguerra. Quizás en el recorrido de su biografía nos encontramos la identidad polifacética del pintor, al descubrirse su vocación como bailaor en sus primeros años de juventud, que le hizo recorrer un gran número de países, por lo que le abrió una visión muy abierta de la realidad, que lo dejaría impregnado en su propia personalidad. Su vinculación a la pintura comenzaría en 1971, cuando el pintor Miguel Pérez Aguilera lo convencieron para que estudiara pintura como libre oyente, sin que se tuviera que ver atado sin ningún convencionalismo académico. Un año después, en 1972 ingresaría en la Escuela Superior de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría, finalizando en 1976 con la especialidad de pintura y grabado. En las clases de Perspectiva conocería su mujer, que se convertiría en pintora, Enriqueta García-Junco. Su formación académica se completaría en Barcelona en sus estudios de pintura mural y litografía, a las órdenes de Ferrer y en los talleres de Art Litho con Juan E. Rodríguez. Los paisajes se convertirían en uno de los exponentes vitales de su pintura, un maestro prolífero de espacios abiertos, de amplios horizontes en la que la naturaleza salvaje se convierte en su verdadero protagonista. La orilla de los ríos, los márgenes de colores intensos difuminado por unas matizadas luces en la que subyace una conciencia íntima en la mirada del pintor. Paisajes del Guadalquivir que supo captar en pinceladas sueltas, en la que la luz se convierte en su verdadero protagonista. Recreaciones de paisajes que la naturaleza se vuelven símbolos, en la que no cabe ninguna representación figurativa, en la que torna salvaje, mostrada en sí misma. La quietud emocional que subyace en el río, lo identifica con la eternidad visual de la ciudad de Sevilla en la que se manifiesta en todo su esplendor. La Maestranza y el río, y sus vistas desde Triana se convierte en un detonante de su propia obra, en la que en la lejanía muestra la grandeza del otro lado de Sevilla. A través de una luz difusa que va descubriendo la personalidad de la ciudad, su propia esencia, en una percepción de lejanía. Sus propias visiones de las dársenas de los puertos, fábricas como la de Foret, los convierte en protagonistas de sus pinturas, al igual que los monumentos clásicos de su ciudad. De esta manera no es solo un mero recreador del paisaje, al concebirlo con una visión emotiva de búsquedas de esencias. La paleta nítida de colores queda envuelta por la una luminosidad intima que configura toda la composición. La quietud del agua vuelve a ser protagonista en sus recreaciones de los estanques, recuerdos de los nenúfares de Claude Monet, en la que refleja en sus aguas cristalinas el agrio verde de la humedad de sus muros. Su concepción de la realidad lo proyecta también en los interiores de las casas, puertas entreabiertas que muestran la lejanía, espacios austeros delimitado por una fuerte claridad que lo invade. Puertas enmarcadas, en una tonalidad marrón, que resalta el marco sobre tonalidades suaves de paredes desangeladas, en una composición excepcional que titula al fondo, la terraza, que volvería a reutilizar en otras de sus composiciones. Los objetos cotidianos adquieren calidad, fuerza expresiva, diluido por una iluminación constante, en su preciosa recreación de la mesa de camilla con el armario que contiene todo tipo de utensilios de cocina. Sus bodegones son claro exponente de la impronta de la escuela realista de los años setenta y ochenta, en la que la concepción conceptual del plato contenido de frutos se convierte en un verdadero punto focal. El mundo taurino no quedaría fuera de su mundo creativo, especialmente de su recreación personales de la plaza de toros, como su obra Puerta de arrastre, con la galería de arcada de los graderíos al fondo. Las visiones sobre los jardines del Alcázar les ayuda a recrear una vez más la grandeza de lo natural, con los chorros de agua que caen sobre las fuentes, de manera escalonada, con una excepcional perspectiva, siguiendo la estela de Sorolla. En principio paisajes, espacios en la que la figura humana desaparece y queda los objetos, edificios o la naturaleza en protagonista. Una obra, un estilo que hizo que su obra fuera reconocida internacionalmente, quedando incluida muchas de ellas en museos y colecciones privadas de Europa, Estados Unidos y Japón.

A lo largo de su vida artística no fue ajeno a la tradición de la ciudad, fruto de ello, lo llevaría a cultivar con gran esmero el cartel dedicado a las fiestas primaverales, así como la realización de un gran número de lienzos sobre imágenes de la Semana Santa de Sevilla. Es posible que fuera el encargo que le hizo el Ayuntamiento de Sevilla del cartel del Corpus Cristi en 1982 el que le abriera paso de su larga carrera como cartelista, y ya daría muestra de su innovación creativa. Mostraría a la custodia pasando por la plaza de San Francisco, enmarcado por el tradicional toldo, entreviéndose los perfiles del caserío, y la Giralda al fondo, que sitúa en diagonal con la custodia, realizado en un gusto exquisito. Sería ya en el 2008 cuando el Consejo de Hermandades y Cofradías le encargaría el cartel de Semana Santa, una composición muy novedosa al no mostrarnos ninguna imagen titular de alguna corporación, sino plasmando un fragmento de un paso de palio, un verdadero bodegón cofrade, mostrando ese mundo de los objetos que ya era frecuente en su obra. La obra lo titularía el propio autor Esperanza y Amargura, en un momento en que su esposa se encontraba enferma, por lo que estaba dedicada a la amargura de los enfermos que estaban esperando la donación de un trasplante. De esta manera incluiría en este friso cofrade, dos cirios votivos representando a su hermana y a su mujer, que había conseguido salvarse. No cabe duda que esta muestra parcial del paso de palio de la Hermandad de la Amargura, a la que estaba vinculado como hermano, dejaba traslucir una verdadera dialéctica de los dos varales, la suntuosa candelería y los faroles y jarritas conteniendo juegos de flores, entre los que se mostraba el traje ornamental de la Dolorosa de San Juan de la Palma. Ya en el año 2010 dejaría constancia de su quehacer como retratista al concebir en un primer plano a la Virgen de la Estrella, protagonizando la portada del Llamador de Papel editada por Canal Sur Radio. La obra constituía en sí misma, una melodía de colores, en la que resaltaba el rostro sobre todo el ajuar envolvente propio de la Virgen, en la que la nitidez lumínica se hacía presente en la composición. En el año 2015 realizaría el cartel anunciador de la Semana Santa editado por el Grupo Joven de la Hermandad de la Esperanza de Triana, en la que mostraba de manera excepcional al paso de palio en un primer plano, aunque desviado en uno de sus extremos, dejando sin representar los varales del lado izquierdo, en la que una vez los objetos, en este caso la candaleria y los amplios juegos de flores resaltan a la propia Dolorosa. Dejaría plasmada a la Virgen de regreso a la salida de la Capilla de los Marineros, por lo que impregno a la composición de una luz emotiva, intima, muy propia de su estilo personal que ya había ido definiendo en estos años. La dedicó a su amigo más especial, Rafael de Cózar, que había fallecido trágicamente en el mes de diciembre de 2014.

Un año después, en 2016, dejaría otra excepcional muestra de su arte en la composición dedicada a la Quinta Angustia, para el cartel de Semana Santa encargada por la Cope. La obra causó una gran expectación, ya que de hecho era el primer cartel que encargaba la emisora. Una vez el pintor demostraba su genio creativo al resaltar el efecto de la luz cenital en el interior de un edificio, en la que la luz nítida envolvía al maravilloso Misterio del Jueves Santo, situado en el interior de la parroquia de la Magdalena, en la que una luz caía en el cuerpo de Cristo, dejando al resto de las imágenes envuelto en una penumbra. A esta amplia producción de cartelería, me consta el gran número de lienzos que fue realizando a lo largo de estos últimos años a las imágenes titulares, como el dedicado al Gran Poder o al Cachorro, por cierto, en la que se incluye un precioso poema de Aquilino Duque.  

A instancia de uno de sus hijos, Damián, a la que nos une una especial amistad, tuve la gentileza de presentar una de sus obras maestras, el cartel anunciador de la Semana Santa de Triana del 2017, dedicado al Cristo de la O. Una de esas obras que no dejan indiferente y que causó gran admiración entre el amplio público que abarroto la iglesia de la O. Sin duda alguna representa la plenitud del artista, en la que combinaba en una preciosa escena el río con el barrio de Triana, que había sido escenario natural en tantas ocasiones de sus composiciones, con una barca en primer plano, resaltando la identidad del espíritu marinero del barrio, presidiendo un retrato excepcional del Cristo, que emerge sobre la escena. La composición era pura simbología, huyendo de una simple recreación realista, como había ocurrido en la totalidad de su obra. El propio pintor reflejó como había querido dejar mostrado un cielo gris de amenazante lluvia, que le ayudaba a resaltar la escenografía. La barca, me recuerda al realizado por Puvis de Chavanne, en la que el pintor resaltó en que estaba puesta para rendir homenajes a sus amigos recién fallecidos Félix de Cárdenas y Pepe Soto. Incluso recalcaría que había escogido la imagen de Pedro Roldán por haberse bautizado su nieto Lucas y haber sido su padrino. Sin ninguna duda con esta obra se consagraba en el mundo cofrade la pintura de Emilio Díaz Cantelar, un recreador de la poética de la luz, como lo fue Pedro Salinas en la poesía. Su estela ha quedado reflejada en la obra de sus propios hijos, Damián y David Díaz-Cantelar García Junco, excepcionales maestros del diseño gráfico.

A mi amigo Damián, hijo de Emilio Díaz-Cantelar. 

José Fernando Gabardon de la Banda. Profesor de la Fundación CEU San Pablo Andalucía. Doctor en Historia del Arte. 










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