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De Frente: Yo no soy Juan Miguel Vega. Morales Bermudo


 No soy periodista -todavía-. No he presentado un programa de éxito en la radio -quién lo oía y quién lo oye...-, ni he escrito una novela de éxito sobre el acontecimiento más lamentable de la Semana Santa de los últimos años apuntando directamente a los responsables de lo que pudo ser una tragedia. No he dado pregones, ni modero mesas redondas. No me pagan por informar y opinar en medios de comunicación. No tengo -al menos eso creo- el prestigio que le dan a uno los años de profesión y la trayectoria en cuantos medios trabaja.

Sin embargo, firmaría una por una las afirmaciones que en su breve artículo “Hartos de cofradías” Juan Miguel Vega escribió en “El Mundo” el pasado 12 de octubre.

Como él, pienso que la Semana Santa está seriamente amenazada. Coincido que “un revoltijo de frikis, tarados, meapilas, parguelas y figurones de todo pelaje y condición están contribuyendo a frivolizarla un día sí y otro también”. Es lo que cualquier persona medianamente seria se encuentra cuando va a una cofradía, con honrosas excepciones. Entre individuos raritos, solitarios empedernidos, tontitos y los que buscan una notoriedad que no alcanzan si no es a base de ascender en el escalafón de sus hermandades a toda costa, las juntas de gobierno están sembradas de incapaces -“cachaza humana” es la expresión que usa él-, y los pocos que saben de esto huyen despavoridos.

Continúa Vega señalando la proliferación de procesiones, no ya de las propias hermandades, que se inventan cada dos por tres motivos para sacar a la calle a sus titulares, sino de esas otras asociaciones que no son ni hermandades ni salen de iglesias.

No sé a donde vamos a este paso, pero yo, que no soy Juan Miguel Vega, me solidarizo con su opinión, “hay que gritar ya está bien” como él dice. La más bella creación de la ciudad se está pervirtiendo a base de costaleros protagonistas, soplacornetas divos, silbadores flamencos convertidos en compositores sin saber solfeo, mediocres que escapan de sus casas y se refugian en las casas-hermandad, mariquitas que cosen un botón y le ponen un encaje a una “barbie” y se creen Rodríguez Ojedas, acomplejados que no han logrado notoriedad en su vida y buscan un trampolín a una fama tan absurda como efímera y un largo etcétera de desechos que hastían al más pintado.

Dijo Machado aquello de “qué bonita Sevilla sin sevillanos”, permítanme que le replique al gran poeta: “qué bonitas las cofradías sin cofrades” .

Morales Bermudo

moralesbermudo@yahoo.es










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