Arte Sacro
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  • miércoles, 1 de mayo de 2024
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Emociones a paso lento. Manuel Albarrán Asencio


 Acostumbrados a un vivir a la carrera, a abandonar el café de la charla y el sosiego por mor de la prisa, a arrancarle el luto al dolor antes de tiempo, a dejar en manos del olvido los nombres de una agenda y a dejar de llamar a tus amigos de siempre y alejarte sin darte cuenta de ese espacio personal e intransferible donde la calma y la tranquilidad parece pasar de largo y no nos deja pensar y no nos permite recapacitar y lo que es más grave, hace que nos olvidemos de algo fundamental para nuestro desarrollo existencial.......la emoción.

¡Qué pocas cosas nos emocionan hoy en día! nos preocupan los datos del paro, nos consternan las catástrofes naturales, nos asustan los actos terroristas, pero emocionarnos qué pocas cosas, de repente es como si todo estuviera ya inventado y lo que ocurre a nuestro alrededor pasa porque tiene que pasar, y sin apreciarlo, sin percibirlo y sin poder remediarlo nos convertimos en una sociedad descafeinada que quiere lo justo, que se entrega a la mitad y que se olvida de darle brillo a los ojos y amplia sonrisa ante las pequeñas cosas que vida nos ofrece.

A la emoción hay que darle tiempo como hay que dársela a la pena y a cualquier sentimiento que invada nuestro ser en un determinado momento de nuestras vidas y eso es precisamente una de las grandes virtudes que posee nuestra Semana Santa, en ésta si algo sobra es tiempo, durante siete días la prisa se convierte en la gran ausente, reconvertida en ritmo, júbilo, alegría y gozo, sobre todo gozo, que hace de lo efímero, firme catedral de lo eterno.

El reloj de los cofrades, sólo es capaz de marcar la hora de las salidas y entradas, de fijar con sus débiles manecillas la hora en la que Ese Cristo de tu devoción cruzará la esquina soñada y tu Virgen, Aquella Virgen estará siendo mecida a compás del arte en ese rincón donde aprendiste su rostro, su Nombre y su olor.

Sentir, lo que se dice sentir, es aprender a detenerse y a caminar sin prisas, sin pausas y mirando, observando y apreciando todo cuanto nos rodea, valorar el abrazo del reencuentro, el calor de una mano y la lágrima compartida ante una chicotá valiente a los sones del corazón de esta ciudad que deja de ser ciudad durante siete días para convertirse en el más puro, limpio y claro escaparate de la fe popular y sus más intrínsecas emociones a paso lento en cualquier barrio, en cualquier plaza o en cualquier rincón del alma de Sevilla.

Foto: Francisco Santiago










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