De San Román al Cielo. Irene Gallardo

La mañana estaba fría pero luminosa, como la de un Jueves Santo, pero sin tanto abrazo gélido del aire. En la Plaza, todo estaba como de costumbre. Victoria cosía costales y Pilar moldeaba el cartón para los capirotes, de los adentros del local, salía como siempre, el olor de los Altares de Dios.

 

En el Uno de San Román, los peroles de María la de Paula, bullían en la lumbre como cada mañana. Pero la de hoy, no era una de tantas...   La de hoy, ha sido la mañana en la que El Undivé moreno de los Gitanos, ha vuelto a la  Plaza que es más suya que de nadie.

 

No ha vuelto con cornetas ni tambores, ni con ciriales y revuelos de sarga blanca, no era de noche ni había luceros en el Cielo. El de la Salud, volvió a la Plaza, a esa que más suya que de nadie, en busca de su fiel Antonia.

 

Ya se lo estaba avisando en los días que pasaron, creo que Antonia lo sabía. Y así, como quien coge la mano de su Padre y recuerda de golpe todo lo vivido en la tierna infancia, se ha marchado mi buena amiga Antonia. Discreta, sencilla y toda bondad y entrega hacia sus hijos, el orgullo de la madre, sus hijos cofrades y sevillanos hasta la misma médula.

 

Hoy el Cristo de bronce, el de la vieja estirpe del los caló, ha venido a la Plaza, esa  que es más suya que de nadie, a llevarse consigo el lirio de sus manos, de las manos de Antonia, tan rotas de tanta vida y tan tiernas de tanto amor. Reposa amiga mía, en el monte de flores más bello del mundo, el de claves y lirios de tu Señor de la Salud, tu que en la vida fuiste pétalo de ternura y tallo de esperanza.

 

A la memoria de mi querida Antonia García, madre de Manuel Santizo.  

 

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