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El 'Tussami'. Carlos Colón. Diario de Sevilla.


Carlos Colón. Diario de Sevilla. NUNCA han sufrido un Tussami? Es esa gigantesca ola de tiempo perdido que nos arrolla, aburre y desespera mientras esperamos ese autobús que nunca llega. Se origina en el Ayuntamiento a causa de un terremoto de ineptitud; de la caída en él de un meteorito político de probada incapacidad para gestionar la cosa pública; de la erupción de un volcán de incompetencia que parece muerto hasta que le despierta el acceso al cargo que le viene grande; del derrumbe de las convicciones en quienes deberían ser servidores de los ciudadanos en vez de serlo de sus intereses particulares o de los de su partido; o de una explosión propagandística –tipo "la construcción de un sueño" o "la segunda modernización"– que intenta disimular las deficiencias presentes con el humo de futuros espléndidos.

El Tussami se desarrolla en varios tiempos. Primero su víctima espera cinco, diez, quince minutos en la parada. Entonces duda si irse andando o coger un taxi, si está muy apurado, pero como ha esperado tanto tiempo decide que no es cosa de rendirse cuando el autobús debe estar a punto de llegar. Pasan otros cinco o diez minutos y la víctima está ya presa de su propia espera: ¡ahora sí que va a esperar al autobús, aunque sólo sea por amortizar el tiempo invertido! Tremendo error; porque a lo lejos, en efecto, ve llegar su número pero éste pasa de largo con el cartelito de "Fuera de servicio" o porque está tan lleno que no puede abrir las puertas.

Por fin llega el suyo, llenísimo pero con un huequito de carne y ropa en el que empotrarse, y por puro síndrome de Estocolmo tiene que contenerse para no darle al conductor dos besos por permitirle incrustarse en esa bulla que se adapta como plastilina a su cuerpo, con tanta habilidad que pareciera que los sevillanos hubieran hecho cursillos de compresión humana en el Metro de Tokio. Cuando se inauguró la primera línea del Metro de Roma, que unía Piazza di Spagna con Cinecittà, Fellini, que vivía al lado de la plaza, decidió usarlo para ir a trabajar a los estudios que fueron durante tantos años el reino de sus sueños; decía, muy en su estilo zumbón, que para él las apreturas del Metro eran como la comunión de los santos en versión laica. Si hubiera conocido el Tussami sevillano habría gozado de experiencias de compenetración espiritual, física y olfativa muchos más intensas.

Lo peor del Tussami es que castiga a quien por razones económicas sólo puede permitirse el autobús y desmoraliza a quien, teniendo coche, utiliza el autobús por solidaridad ciudadana, racionalidad cívica y respeto al medio ambiente. Es una vergüenza el espectáculo, tan cateto, de "una persona, un coche". Pero es una vergüenza aún mayor que se pueda justificar a causa de este Tussami municipal, catástrofe de incompetencia ante la que muchos ciudadanos, gritando sálvese quien pueda, saltan a sus coches como si fueran botes de salvamento.

www.diariodesevilla.com










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