La Naturaleza de Dios IV (Pensamiento moderno). Javier Ramos Sáez
En Nicolás de Cusa tenemos el antes y el después de dos edades que se contraponen ideológicamente por razones teológicas y filosóficas.
En el siglo XV tenemos a este gran pensador italiano. En su libro La docta ignorancia continua la teología del maestro Eckhart de que el abismo que nos separa ante el conocimiento de Dios es insalvable. Dice de Dios que es la unidad de todas las cosas. Esa ignorancia de la divinidad es, a la vez, docta porque aunque Dios sólo es aprehensible intuitivamente, y no por la vía racional de Santo Tomás de Aquino, podemos adoptar unas conjeturas matemáticas de la demostración de Dios porque los signos matemáticos son incorruptibles.
Se dan en el siglo XVI y XVII unos cambios históricos, religiosos y científicos que cambiarán la cultura humana y así la visión que se tenía de Dios. Nos encontramos en un mundo que ha sustituido del centro del universo a Dios mismo. El pensamiento moderno abre las puertas a un maravilloso pensador que cambiará el mundo llamado René Descartes con su método cartesiano basado en la seguridad conceptual matemática-geométrica. Ve a Dios como ser perfecto, infinito y absolutamente astuto. Dios puede cambiar las leyes de la naturaleza y así la naturaleza de las cosas.
El hombre no puede conocer nada, es decir, no puede conocer cosas más allá de su propia individualidad ya que está sujeto a engañarse y a cometer errores, incluso hasta en las más sencillas operaciones matemáticas o geométricas.
Sólo mediante la existencia de Dios podemos considerar que las cosas que concebimos muy claramente y muy distintamente son todas verdaderas: las ideas claras y distintas, es decir, las cosas más evidentes.
El mundo sensible sólo pueden provenir de la idea de la existencia de Dios ya que Dios es el soporte de nuestras garantías. Dios existe no sólo en la mente (como idea) sino también extramentalmente, en la realidad.
Descartes recurre a la idea del Ser perfecto. Esta se encuentra en la meditación tercera de las Meditaciones metafísicas: Sólo en la idea de un Ser perfecto coinciden esencia y existencia: “es por lo menos tan cierto que Dios, que es ese Ser perfecto es o existe, como lo puede serlo cualquier demostración de la geometría”. Una de sus pruebas de la existencia de Dios es la prueba ontológica de San Anselmo.
Es verdad que aquello que percibimos clara y distintamente es verdadero. Lo que se percibe con claridad y distinción es verdad. Así que la idea de Dios que tenemos en nuestra mente tiene que ser, por consiguiente, verdadera.
Descartes introduce el principio de que todo cuanto existe tiene que tener una causa de su existencia, este es el concepto medieval aristotélico de causa efficiens.
Spinoza, pensador de la época es el gran panteísta. Dios está en la naturaleza y, en consecuencia, Dios es sustancia. Ya que Dios creó el mundo Dios es el mundo y su naturaleza es material y finita. Spinoza llama a Dios natura naturans o naturaleza naturante y al mundo como natura naturata o explicación de la perfección infinita de la natura naturans. El mundo se deduce de Dios de manera necesaria. El mundo, por consiguiente, es de naturaleza infinitamente perfecta.
Posteriormente Leibniz, que trabajó por la unidad de las iglesias, hizo una teología algo más utópica o idealista pero de una gran coherencia y racionalidad.
En su teoría de la mónada, del griego monos que quiere decir uno, dicha mónada es perfecta y de esencia divina. La gran mónada es Dios en quien toda perfección es apercibida o consciente y en quien todas las perspectivas de la realidad son simultáneas.
Dios es el creador del universo en el que puso en cada mónada, cuya realidad está compuesta por todas ellas, una ley en el cual el universo está hecho de una gran armonía y este mundo es el mejor de los mundos posibles. Este es el optimismo metafísico de Leibniz.
Pensadores posteriores cambiarán la valía de Dios y darán cabida al gran escepticismo que domina el siglo XXI; pensadores como Kant, Shopenhauer, Nietzsche o Marx que llegó a decir que “la religión es el opio del pueblo” y Nietzsche que “Dios está muerto, pongamos al hombre en su sitio. El superhombre ha llegado.”
Como dije en la introducción de mi tratado teológico sólo he querido dar la visión más objetiva que ha habido en lo referente a la visión de Dios en épocas diferentes circunscribiendo que sólo me atengo a los marcos históricos, filosóficos y teológicos de Dios sin adentrarme en los problemas antropológicos acerca del alma y del cuerpo, sin hablar del mal, la unión con Dios y su origen.
Igual que un bibliotecario que acumula libros y datos yo los expongo para mayor placer del lector por si no había nunca oído la verdad sobre Dios. Yo, en resumen concibo a Dios como lo que es: un ser omnipotente, omnisciente, creador del mundo y de lo intelectual, un Dios cristiano hecho hombre un día. Hagan usted su crítica interna y saque su conclusión, querido lector.
Gracias a Francisco Santiago por la permisión de este trabajo tan arduo.
Javier Ramos Sáez.
05/02/2006- La Naturaleza de Dios III (Pensamiento medieval). Javier Ramos Sáez 2- 04/02/2006- La Naturaleza de Dios II. (Pensamiento antiguo). Javier Ramos Sáez 3- 31/01/2006- La Naturaleza de Dios (Introducción). Javier Ramos Sáez
Bibliografía especializada:
- COPLESTON, Frederick Charles. El pensamiento de santo Tomás. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1960.
- DESCARTES, René. Meditaciones metafísicas. Alianza. Madrid. 2004.
- DESCARTES, René. Discurso del método (4º parte). Alianza. Madrid. 2000.
- KANT, Immanuel. Crítica de la Razón Pura. Alfaguara. Madrid. 1998.
- NIETZSCHE, Friedrich. El nacimiento de la tragedia. Alianza Ed. Madrid. 2003.
- PLATÓN. La República o el Estado. Ed. Espasa Calpe. Madrid. 2003.
- SAN AGUSTÍN. Las confesiones. Ed. Planeta. Barcelona.1977.
- SPINOZA, Baruch. Ética. Alianza. Madrid. 1998.
- TOMÁS DE AQUINO. Summa theologicae. BAC. 2000.
- VV.AA. Diccionario de filosofía. Larousse. Barcelona. 2003.
- VV.AA. Historia del mundo moderno. Santillana de Ediciones. Madrid. 1999.
- VV.AA. Historia de la filosofía. Ática Santillana. Madrid. 2001.