Paseo Lírico por las calles de Sevilla. Juan Manuel Labrador (IX)
XVI. San Vicente
El barrio de San Lorenzo se caracteriza por ser un barrio que se llega a fundir con el de San Vicente, hasta el punto de llegarnos a parecer uno solo. Por ello, simplemente habremos de tomar la calle Conde de Barajas, en dirección a Torneo, y tomar cualquier calle a la izquierda: Teodosio, Miguel del Cid o San Vicente.
El barrio de San Vicente
desprende olor a azahar
para poder cautivar
con su fragancia a la gente.
Toma el nombre de su templo,
esa iglesia respetada,
y hace poco restaurada,
que de Sevilla es ejemplo.
Y hay una plaza detrás
dedicada a una mujer
que se encargó de hacer ver
al Señor a los demás.
Fue “loca” del Sacramento,
y en el pueblo sevillano,
con su espíritu cristiano,
hizo de Dios alimento.
Hay un canto inmaculista
por Miguel del Cid, autor
de esa gran copla de amor
que en esta ciudad exista.
Y por sus calles nos vamos
hasta la Puerta Real,
donde muere todo el mal
cuando el bien nos encontramos,
ese bien que siempre llega
por una chica ventana
donde reluce, galana,
la belleza que nos ciega.
Llegamos a Alfonso XII,
antigua calle de luz
por donde el sol andaluz
nos acaricia en un roce.
Y en el sueño de un deseo,
con pincel, lienzo y pintura,
el arte es gracia segura
en la Plaza del Museo.
XVII. La Magdalena
Y en esa misma plaza, al final, se encuentra la calle Bailén, que pertenece a la antigua collación de la Magdalena , donde el otoño se hace perenne y la tarde cae sobre las bóvedas de su templo parroquial amarilleando el horizonte.
Por el compás de San Pablo
pasa la tarde muy lenta,
y los árboles desnudos
están de su vestimenta
al quitarles el otoño
las hojas de su belleza,
y en la espadaña del templo
hay tres campanas que rezan
al Amparo de una Madre
que reina en la Magdalena.
Brota la calma y la paz
en las sombras de la iglesia,
vieja casa dominica
en la que el pueblo conserva
grandes leyendas e historias
que son perfil y silueta
de esta ciudad milenaria
por siempre de gracia llena,
de esta urbe incomparable
en la que las almas sueñan
con el gozo inigualable
de la armonía secreta
que da a la vida el sentido
de un amor que se profesa
desde el sentir más profundo
de nuestra simpar esencia,
mientras florece en los labios
la verdad de esa promesa
que le marca al ser humano
toda su naturaleza.
En su más clara expresión,
Sevilla se manifiesta
en la elegancia y finura
de esas calles tan selectas,
clásicas, dulces y hermosas
que hacen de la Magdalena
el espacio de recreo
donde nuestra vista observa
la serena pulcritud
de un barrio que recupera,
con el paso de los años,
su alegría verdadera.
Fotos: Francisco Santiago