Arte Sacro
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Texto íntegro de 'La Zambrana' del pasado viernes


La tarde del Viernes Santo es tarde de paseo tranquilo, sin bullicios por el centro. La tarde de luto del Viernes Santo, Sevilla se despereza, cansada de una madrugada de antítesis de silencio y algarabía, de fervor y recogimiento.

Desde que el ciclo natural de la vida hizo que Juan José y Rosa volviesen a la intimidad de sus primeros años de casados; desde que el último de sus hijos dejó de ser un niño y vive la Semana Santa con sus amigos, y alguna joven más que amiga que sospechan que debe haber, a Juan José y a Rosa les gusta salir temprano, tomar unas tapas por el Arenal, y ver las cofradías a media tarde, sin alejarse mucho, pero verlas bien.

Han llegado pronto al Arco del Postigo, pero no antes que los muchachos que esperan, los cuerpos hastiados de Semana Santa, sentados en el bordillo, Y no antes que una anciana que de pie sobre la acera, sonríe y da las buenas tardes a quien pasa y se la encuentra en la obligada mirada a la capillita de la Pura y Limpia.

Juan José y Rosa se acercan a la reja, la anciana les saluda.

JUAN JOSÉ: Buenas tardes, señora.

DOLORES: Buenas tardes,

ROSA: Buenas tardes, ¿Cabemos los tres en ese huequito?

DOLORES: Pues yo creo que sí, y si no nos apretamos y ya está.

JUAN JOSÉ: ¿Usted que cree? ¿Lloverá?

DOLORES: Pues yo creo que no pero vamos, que llevo muchos años viniendo, y no hay Viernes Santo que no barrunte agua.

ROSA: Si que es verdad… Ea pues a ver si nos libramos este año.

Cubren con sus manos el reflejo del cristal, para admirar la belleza de la diminuta talla de la Virgen Inmaculada.

DOLORES: ¿Qué bonita es, verdad?

ROSA: Si que es bonita

La anciana se gira, sonriendo con la mirada húmeda y brillante a la pareja, se gira pero sin mover los pies de su posición, que lleva allí mucho tiempo como para que alguien ocupe tan privilegiada localidad.

JUAN JOSÉ: Ea, pues aquí nos vamos a quedar con Ella y con usted a ver al Cachorro

DOLORES: Yo ya se lo he dicho a ustedes, que vengo todos los años: este es el mejor sitio para verlo.

ROSA: ¿Ah, sí? ¿Y por qué?

DOLORES: porque el Señor, que está todavía vivo, se despide allí de su madre de la Concepción, que ya se va para Triana, que para los sevillanos es Sevilla, pero para los Trianeros es Triana, que el río es frontera, y el puente aduana; y que en Triana morirá.

La cruz de guía se divisa en la avenida, la viejita les dice que ella siempre va a ver allí a su Cristo de la Expiración, y comienza a contarles una historia de las que el saber popular eleva a la categoría de leyenda, por bien que puedan ser ciertas:

DOLORES: Cada Viernes Santo, cuando llega la cofradía me acuerdo de un muchachito de la calle de Varflora al que el 'servicio' le había tocado en Barcelona, y que combatió en el frente del Ebro…

Suntuosos nazarenos de capa comienzan a pasar por debajo del que fuera Postigo del Aceite, y Dolores les sigue contando:

DOLORES: …ese frente fue muy duro, y le hirieron en una pierna… pero la herida que más le dolía la tenía en el corazón, y no se la había hecho una bala sino la muerte de un compañero también sevillano del Arenal en sus propios brazos.

La cofradía es ya barrio de vuelta, peregrinos de punta en blanco a los que el crepúsculo comienza a cubrir de desaliño por el cansancio de muchas horas ya en calles ajenas, del otro lado de la ciudad a la que un río une y divide al mismo tiempo. Pasan nazarenos que se vuelven a rezarle a la Pura y Limpia, pasan insignias que reflejan sus destellos sobre las jambas centenarias de la Puerta del Aceite, pasa la vida en los ojos tristes de una anciana en los que se clavan los de los nazarenos que buscan con la mirada el amparo de la madre del moribundo al que acompañan.

DOLORES: Agonizando, y al mismo tiempo que las balas seguían silbando a su alrededor, el soldado le había hecho un encargo.

PEDRO: Me muero, Manuel. Me muero. Arráncame la crucecita de plata que llevo colgada al cuello de un cordón de zapato, y cuando vuelvas a Sevilla, vete al Arco del Postigo, y échala en la rendija de las limosnas de la capillita de la Virgen: Hazlo por mí, Manuel. Quiero que esté allí con Ella, porque mi madre es muy devota. Y diles que las quiero. A la Virgen, pídele por mi madre, Manuel, y diles que las quiero, diles que las quiero.

Rosa volvió la vista, y vio el cepillo de chapa negra, en la parte baja del portón de la capilla, y se estremeció de pensar que la historia pudiera ser cierta y que alguna vez la cruz de aquel soldado hubiese estado allí.

El Cristo de la Expiración se acerca, y a lo lejos mezcla su silueta con otra imagen de su madre Inmaculada, la que desde lo alto de su grandeza sin mancha lo despide en su viaje a la eternidad. Llega Cristo moribundo, y en las conciencias de Juan José y Rosa, martillean las palabras que sesenta años atrás pronunció otra víctima del odio estéril: un soldadito del Arenal.

DOLORES: Manuel, mi marido, vió morir a su compañero en el frente. Cada vez que veía al Cachorro, me decía que el gesto de su amigo al expirar había sido el mismo.

Mientras Dolores sigue con la historia, el perfil dramático del Dios que muere la Vida de los hombres dibuja la sombra de la muerte sobre el ocre del lienzo antiguo de muralla. Juan José y Rosa ven en el rostro agonizante del Cachorro el último hálito de vida de todos los que se fueron dejando sembrado el dolor y la desesperanza en quienes los amaron en la misma vida que se les escapaba.

DOLORES: Veníamos cada tarde de Viernes Santo. Para recordar a su amigo, y para recordar también a todas las víctimas de la guerra. De todas las guerras. Decía mi marido que por ellos, y en memoria de su amigo, erán grises las tardes de casi todos los viernes santos.

Juan José tiene la mirada clavada en la garganta del Cristo vivo. Como él, la tiene atenazada por el dolor. Por la mejilla del Señor corre una gota de sangre. Por la mejilla de Rosa corre una lágrima.

Pasa el Cachorro por el Postigo. Pasa la angustia de la virgen del Patrocinio y por las mentes de Juan José y Rosa pasa la vida de un hombre al que no conocieron, como tampoco a Jesucristo.

DOLORES: Manuel, murió el año pasado. Le prometí que vendría este Viernes Santo, cuando se despidió de mí y de la vida con el mismo gesto que el Cachorro.

La ven marcharse llevando sobre sus hombros el peso de la vida y también el del dolor de la pérdida. Juan José y Rosa saben que no podrán volver a ver pasar la cofradía del Cachorro por el Arco del Postigo. No podrían soportar la ausencia de la anciana a los pies del Señor, y bajo el manto de la Pura y Limpia.

NARRACIÓN: Carlos Herrera
 
GUIÓN Y MONTAJE: Óscar Gómez
 
PRODUCCIÓN: Chema García
 
 
REPARTO
 
JUAN JOSÉ; Enrique Pérez del Río









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