Pregones. Antonio Sánchez Carrasco

Sevilla, la Sevilla inconfesable, la de la mirada partida en dos. En la dicotomía del odio y el amor. Siempre dividido entre el ensalzar y el destrozar. Esa Sevilla es para todo. Hasta para tus quereres cofrades.

Ya en las redes deben de estar fifty fifty, los parabienes y los navajazos para Charo Padilla, cuando aún no han acabado de resonar los ecos de su voz cerca del barrio de la Carretería. En esa mañana de paseantes de revistas y taconazos en la puerta y cabezazos gordos al saludo casi militar.

Mi respeto para el que se pone ante un atril, ante ese circo que te dará lo más grande para lo bueno y para lo malo.

Y en estas estaba esta mañana, en aprovechar el tiempo de la Pregonera, para fotografiar besamanos en esos momentos más tranquilos de público, cuando me llegó la foto que acompaña estas letras.

Cualquiera que la vea vera una Señora mayor viendo pasos en la capilla de la Carretería. Pero no es sólo eso. Carmina guarda un pregón de sevillanía en su mirada. Toda la vida en la esquina de la calle Pavía, tan cerquita de su Cristo de la Salud. Y ahora que las fuerzas empiezan a tenerla más cansadita, la vida se la llevó al Tardón.

Por eso cuando este fin de semana cogió el 40, y se quedó tan cerca de su barrio, sonrió. Allí donde guarda su vida entera en ese barrio que es casí una pedanía del Arenal. Donde las almas visten de azul oscuro. Donde los recuerdos se trasladan en terciopelo. Allí volvió Carmina a su capilla, a sus misas, a sus ratos buenos, a sus ratos muy malos. Y engarzando recuerdos echó la tarde. En su mirada, en su sonrisa, en su cofradía, vivía un pregón escondido. El pregón de los años, el de los sentimientos, el de los recuerdos..., al día siguiente Charo Padilla puso en pie el Maestranza.

Foto: Antonio Sánchez Carrasco.