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Texto del cardenal Amigo en el acto con motivo de la entrega de las medallas de Sevilla y del título de Hijo Adoptivo de la Ciudad


Arte Sacro. A continuación pueden leer el texto de la alocución del cardenal arzobispo de Sevilla, monseñor Carlos Amigo Vallejo, en el acto con motivo de la entrega de las medallas de Sevilla y del título de Hijo Adoptivo de la Ciudad, que recayó en el cardenal.  

El citado acto se celebró el pasado miércoles, 30 de mayo, en el Teatro Lope de Vega, con ocasión de la celebración del Día de San Fernando, patrón de Sevilla. El alcalde, Alfredo Sánchez Monteseirín, entregó al cardenal Amigo el título de Hijo Adioptivo de Sevilla. este año se cumplen 25 años de la llegada de mons. Amigo a la diócesis hispalense.  

PALABRAS DE AGRADECIMIENTO DEL CARDENAL ARZOBISPO CON MOTIVO DE LA CONCESIÓN DEL TÍTULO DE HIJO ADOPTIVO DE SEVILLA

Señor Alcalde y Corporación municipal de Sevilla.

Honra a los que honor te hacen. Antiguo y sabio consejo es este, que recibo con la grata obligación de agradecer al señor Alcalde y a la Corporación municipal, las distinciones de que hemos sido objeto, más por la benevolencia de ustedes, en mi caso, que por los exiguos méritos que personalmente tenga para ello.

Me honra también el hacerlo en representación de personas ilustres y destacadas en tan diversos como importantes ámbitos y sectores del arte y de la cultura, de la actividad social y empresarial, de la educación, de la economía, del deporte, del turismo... Adelita Domingo, Carmen Laffon, Antonio Pérez Pérez, Antonio Bustos Rodríguez, Eduardo Chinarro, Angel Bernardos Rodríguez, José Benito Pérez Bernal, el Real Betis Balompié, Abengoa, El Colegio Claret, el Hotel Inglaterra, la Cruz Roja y La Carbonería, son personas e instituciones merecedoras de los mejores reconocimientos.

A cuantos hemos sido galardonados, nos une una ciudad: Sevilla. Porque Sevilla no es simplemente el lugar donde se han nacido, sino todo lo que vive en nosotros de afecto a unas gentes con las que nos sentimos unidos por vínculos que van mucho más allá de una convivencia ciudadana. Sevilla es una historia, una forma de ser, un pensamiento, una filosofía de la vida, una manera, también, de mirar a Dios y de vivir y celebrar la fe cristiana.

En mi caso particular, desde aquel caluroso día del mes de junio, en el que llegará a esta querida Ciudad, siempre me habéis hecho sentir sevillano y que gustara de las cosas, de las tradiciones, de las gentes que vosotros mismos queríais. Caluroso era el día en que llegaba Sevilla, pero aquí me dijeron, y no lo he olvidado, que el calor humano refresca.

Recibir esta distinción en el día de San Fernando es toda una señal de obligación y una responsabilidad de ejemplaridad. Fernando III, al decir de las fuentes cristianas y musulmanas, fue caballero magnánimo, justo y noble. Cristiano de fe sentida, arraigada en la escuela materna. El honor de Dios, del Señor Jesucristo y de Santa María serán una constante de fe, de devoción y de los más altos motivos para su propia vida, sus acciones de conquista y su modo de gobernar.

Nos hemos colocado entre la historia de ayer y el futuro, pero no podemos detenernos en los acontecimientos que sucedieran hace tiempo, sino que aprendiendo en los mejores caminos de antaño, nos dejemos ayudar en esa peregrinación de esperanza en una civilización nueva y llena de paz. El desconocimiento de la historia puede llevarnos tanto a cometer los mismos errores, como a desaprovechar la ejemplaridad de quienes nos precedieron.

El 30 de mayo de 1252 moría en Sevilla Fernando III. Sobre su tumba se hicieron grabar en hebreo, árabe, latín y castellano: el rey Don Fernando "el más leal, el más verdadero, el más franco, el más esforzado, el más apuesto, el más granado, el más homildoso, el que más temía a Dios y el que más le hacía servicio".

Saber convivir siendo diferentes y saber trabajar unidos en busca de un bien común y mejor para todos, no deja de ser un arte difícil de conseguir, pero imprescindible para quien desea alcanzar verdaderas cotas de auténtica ciudadanía.

Me habéis concedido, estimados señores del Cabildo Municipal de la Ciudad de Sevilla, una distinción que pertenece más a la institución que represento, la Iglesia hispalense, que a mi mismo. Pienso que las relaciones entre la Iglesia y la administración pública han de estar basadas en el principio según el cual la comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno, pero ambas, aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social del hombre. Por tanto, es legítima una sana laicidad "en virtud de la cual las realidades temporales se rigen según sus propias normas, sin excluir sin embargo esas referencias éticas que encuentran su último fundamento en la religión. La autonomía de la esfera temporal no excluye una íntima armonía con las exigencias superiores y complejas que se derivan de una visión integral del hombre y de su eterno destino" (Benedicto XVI, Al Presidente de Italia 24-6-05). Una laicidad positiva que garantice a cada ciudadano el derecho de vivir su propia fe religiosa con auténtica libertad, incluso en el ámbito público... "Que la laicidad no se interprete como hostilidad contra la religión, sino por el contrario, como un compromiso para garantizar a todos, individuos y grupos, en el respeto de las exigencias del bien común, la posibilidad de vivir y manifestar las propias convicciones religiosas" (Al encuentro liberad y laicidad 11-10-05).

Nadie puede dudar que el pluralismo cultural y religioso, como lo demuestra la variedad de las personas y de las entidades aquí representadas y distinguidas, es un enriquecimiento de la vida social.

San Pablo, que según alguna tradición llegara también a esta Iglesia hispalense, escribió una carta a su amigo Filemón, en la que le daba las gracias por haber recibido a un hombre que vino de lejos, y lo tratara en tan bondadosa manera que lo hizo un propio hermano. Así habéis hecho vosotros conmigo. Viene de lejos a Sevilla, hace veinticinco años, y ha sido tanta vuestra bondad que me habéis hecho un sevillano más, sin que ello signifique que he olvidado las raíces, siempre queridas fuentes, de mi ciudad natal.

Me lo advirtieron hace veinticinco años, cuando se hacía público el nombramiento como arzobispo de Sevilla: "traiga usted sus macetas - me dijeron - y póngalas aquí, que nosotros nos encargaremos de regarlas". Bueno era el consejo. Pero tan desvalido llegaba, que ni siquiera macetas tenía. No conocía apenas Sevilla, ni esta Ciudad ni esta diócesis me conocían. No importaba: desde el primer día, como a un sevillano más me tratabais.

Muy agradecido por haberme concedido el título de hijo adoptivo de Sevilla. Por mi parte, tengo que decir que, hace veinticinco años, adopté a Sevilla, y a esta Iglesia, como madre. En momento alguno "me ha dejado", dándome lecciones de muchas cosas y, muchas más de afectos, de benevolencia y de comprensión.

Mi gratitud más sentida, señor Alcalde y Corporación municipal y a toda la Ciudad de Sevilla. Que Dios se lo pague y les bendiga.

Teatro Lope de Vega, Sevilla

30 de mayo de 2007

Festividad de San Fernando

Foto: www.diocesisdesevilla.org










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