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Miguel Mañara: el Caballero que se entregó a los pobres. José Domínguez León.


 La vida y la obra de Miguel Mañara.

En la Sevilla del siglo XVII tenemos uno de esos claros ejemplos de vida y obra que rebasan los límites de una aplicación en su tiempo. Se trata del Venerable Miguel Mañara Vicentelo de Leca, conocido popularmente por ser el fundador del Hospital de la Hermandad de la Santa Caridad de Nuestro Señor Jesucristo, así como el principal impulsor de la construcción de su edificio  y de la iglesia del Señor San Jorge, anexa al mismo, y reformador de la corporación dándole nueva Regla y toda una estructura que se ha mantenido hasta nuestros días con ligerísimos cambios.

Nació Miguel Mañara en Sevilla, el 3 de marzo de 1627, hijo de una destacada familia, constituida por oriundos de Córcega. Su padre, Tomás Mañara, nació en Calvi, en el seno de una familia noble aunque venida a menos. Don Tomás había conseguido labrar una sólida fortuna dedicándose al comercio con América, en cuyas tierras pasó la etapa de juventud. Una vez de regreso en Sevilla ocupó destacados cargos y se convirtió en un hombre público desempeñando altas magistraturas en la ciudad. Su madre, Jerónima Anfriano Vicentelo, nació en Sevilla, aunque de familia corsa. Desde su infancia recibió una educación propia del estado de caballero, pues su progenitor había logrado para él el hábito de caballero de la Orden de Calatrava, cuando contaba ocho años, formando así parte de lo que entonces se denominaba como brazo menor en las órdenes militares. Debido al fallecimiento de sus dos hermanos varones mayores se vio con trece años como heredero del importante patrimonio que llevaba aparejado el mayorazgo conseguido por su padre en 1633.

 La infancia de Miguel Mañara transcurrió entre la educación que se debía inculcar a un miembro de la baja nobleza y la desgracia de contemplar el cerco de la muerte en su propia familia. Con poco más de veinte años le vemos como miembro de la junta de gobierno de la Hermandad de la Soledad de San Lorenzo, lo cual habla por si de un comportamiento acorde con la moral católica, dado lo estricto que era figurar en tal oficio y las condiciones de buena vida cristiana exigidas. A los cuatro meses de la muerte de su padre, con veintiún años, contrajo matrimonio con Jerónima María Antonia Carrillo de Mendoza y Castrillo, a quien se dedicó por entero, en total felicidad, al tiempo que ocupaba notables cargos en la municipalidad, el Concejo y la Universidad de Mercaderes. Al morir su esposa en Montejaque, el 17 de septiembre de 1661, sin haber tenido hijos, entró en un período de honda reflexión personal, planteándose incluso entrar en el estado religioso. Disuadido por su confesor y de vuelta en Sevilla, pasó varios meses en una completa desolación, hasta que ingresó como hermano en la Santa Caridad. Como diputado de entierros y de limosnas apreció las terribles condiciones de vida de los pobres que morían en la calle, y esta contemplación de las miserias humanas debió llevar al venerable a tomar posiciones a favor de ampliar las actividades de la Hermandad. Al año de ser recibido como hermano propuso en el cabildo del 9 de diciembre de 1663 un conjunto de ideas para afrontar estas situaciones y recoger por las noches en un local a los pobres que vagaban por las calles de Sevilla. Ello equivalía a formular la creación del hospicio y, aunque tuvo eco la propuesta entre los hermanos, se salía de los fines y recursos de la corporación, recibió ánimos y estímulos pero no el beneplácito para  que la Hermandad se hiciera cargo de tan importante empresa. Unos días más tarde, en el cabildo de 27 de diciembre de 1663  fue elegido hermano mayor.

 En el tercer cabildo que presidiera como hermano mayor, el 17 de febrero de 1664, planteó de nuevo su idea, ahora ya como algo que saldría adelante con su trabajo y el apoyo de los hermanos. A partir de ese momento llevará a cabo una gran obra en cuanto crea el Hospicio primero, y más tarde lo transformará en Hospital de la Santa Caridad , construyendo un amplio edificio, al igual que la iglesia anexa. Llegó incluso el momento en que su fortuna particular fue empleada en tan costosa empresa, la cual exigía tanta dedicación que decidió solicitar permiso a la Hermandad para pasar a residir en el Hospital de la misma, en unas dependencias sencillas y de una rotunda austeridad, por las que cambió su anterior vivienda palaciega. Ese pequeño entorno muestra parte de los rasgos de personalidad de Mañara, ahora ya desprendido de todo lo materialmente prescindible.

 Se dedicó tanto a los pobres que orientó su fortuna y sus recursos a disposición de la obra. Este ejemplo atrajo a una apreciable cantidad de caballeros y miembros de la aristocracia sevillana, que secundaron su labor. La Hermandad de la Santa Caridad acudía no solo a enterrar a los pobres difuntos, a los ahogados, a los ajusticiados, y a acoger a los desheredados de la fortuna, sino que se distinguió también por las abundantes limosnas de pan, ropas y recursos económicos en momentos de gran desolación para la ciudad, como eran las riadas. El ejemplo que suponía Miguel Mañara era una guía para muchos sevillanos de las capas privilegiadas, si bien la Hermandad también estuvo abierta a honrados artesanos y hombres de bien que deseaban seguir un modelo de perfección espiritual. En el seno de la corporación impuso la igualdad entre los hermanos, con independencia de su ubicación social y de los cargos y honores que desempeñasen o de que fueran acreedores.

En la obra de Mañara destaca el tratamiento hacia los pobres, considerados como los amos y señores de la Casa que instauró, e imágenes vivas de Jesucristo, al tiempo que establecía un modo de ser de los hermanos de la Santa Caridad , caracterizado por el servicio a los más necesitados, la humildad en el comportamiento, la perseverancia en la vida de piedad, la discreción y la elevación al más alto grado de la caridad y el amor con que debían realizarse todas las labores en la Hermandad y fuera de ella. El estilo de búsqueda de perfección espiritual de Miguel Mañara fue imbuido a sus hermanos y, a través de la Hermandad de la Santa Caridad , a los sucesores en la ejecutoria por él comenzada.

 La obra de Mañara se completó preparando a la Hermandad de la Santa Caridad para los fines que dictaba su Regla, escrita de nuevo de su mano. Junto a ésta, sobresale el Discurso de la Verdad , considerada como su obra más conocida y que constituye un breve, aunque profundo, tratado de espiritualidad y reflexión del hombre ante la muerte, lo cual equivale a decir ante la vida. El modelo de perfección espiritual caló tan hondo que surgieron distintas hermandades que tomaron el nombre y las Reglas de la de Sevilla, por toda Andalucía, en ciudades y pueblos. Algunas de éstas mantuvieron durante siglos el espíritu de la Regla de Don Miguel.

Murió Mañara el 9 de mayo de 1679, habiendo manifestado días antes su felicidad por saber que iba a ver a Dios. El proceso seguido para su causa de beatificación se encuentra en curso, y los devotos, hijos y seguidores de su obra recuerdan que los favores obtenidos por su intercesión pueden verse coronados por el milagro que es preciso para que sea declarado beato. Para el pueblo fiel no hay duda sobre su santidad, y esto quedó patente desde el miso momento de su fallecimiento.

Mañara y el código del caballero.

 Miguel Mañara fue educado como un caballero, lo cual implicaba tanto el recibir una formación sólida de lo que se podían considerar saberes útiles a tal posición social (estudios literarios, latín, manejo de las armas, ….), así como una adecuada inculcación de sólidos valores religiosos. El caballero no solo estaría preparado para cumplir funciones de gobierno local (en este caso en una ciudad de máxima importancia, como Sevilla), sino a representar al mismo en la corte y donde fuese preciso. Miguel Mañara sería educado en el más estricto de los códigos que caracterizaba el comportamiento de un caballero. En una apretada síntesis se podría apuntar que el código le hacía fuerte en sus planteamientos vitales, desde un punto de vista social, aunque extremadamente vulnerable a todo aquello que significase la obligación propia de un caballero, como defender a débiles e indefensos, salvaguardar el honor de Dios y ser modelo de vida en el que los demás tuviesen por reconocido cada uno de los rasgos constitutivos del código. Mañara se entregó a los pobres porque tenía la obligación de defenderlos, al tiempo que veía en ellos a Jesucristo.

Esta tesis, es decir, el enfoque de captar en gran parte de la obra de Miguel Mañara la acción inequívoca de un caballero no se ha puesto en candelero hasta ahora. Ello es, precisamente, lo que confiere un valor especial a su actitud, que, en teoría, debería haber sido más generalizada entre la nobleza y la aristocracia. Mañara, con su proceder, atrajo hacia la Hermandad de la Santa Caridad a gran número de caballeros y destacados personajes de la ciudad de Sevilla, al tiempo que se difundió la Regla que compuso para la corporación entre otras corporaciones que se crearon al calor de su obra. Sin el código del caballero no podemos entender en toda su dimensión la toma de posiciones de Miguel Mañara y el calado de su obra.

Como vemos, al aludir al código no solo estamos tratando de cuestiones de creencia, sino también de ejemplaridad, lo cual llevaba a delimitar el contorno, siempre difuso, de los rasgos, valores y signos diferenciales del caballero, en este caso en el marco de la sociedad del siglo XVII. Parece claro que debía ejemplificar la vivencia de las virtudes cristianas, y la fortaleza que era habitual mostrara quien habría de dedicarse a tareas de gobierno.

Entre los rasgos, valores y virtudes que debían identificar a un caballero, y en los cuales tuvo que ser educado Miguel Mañara, encontramos los siguientes. En primer lugar, el honor, lo cual llevaba aparejado el seguimiento, acatamiento y ejemplificación del correspondiente código. A este seguía la justicia, que debía defender, imponer y llegado el caso, dar la vida en tal empeño. Se unía a ello el valor y su plasmación en la valentía, sin los cuales no era posible la defensa de los ideales hasta la propia muerte. Junto a estos particulares se situaba el conocimiento como fruto del estudio y de la reflexión y meditación, parece que relativamente corto o superficial aquel, aunque básicos y esenciales para disponer haciendas, saber dar órdenes de buen gobierno, etc. Los caballeros que no acudían a estudios colegiales o universitarios eran educados por preceptores en el seno de la propia familia, y este pudo ser el caso de Mañara. En el ámbito de la formación y las creencias religiosas, que debían dar como resultado una práctica acorde con las mismas, encontramos el ideal del Evangelio y el conocimiento de una pequeña catequesis a modo de elemental teología, que acercarían a los Sacramentos, especialmente a la Eucaristía. Lo que entendemos como virtudes cardinales debieron informar la vida de Miguel Mañara: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza, de forma particular tras su inmersión en la vida de entrega a los pobres, y como resultado de toda la formación anterior y consolidación personal del aludido código del caballero. De éstas se derivan la renuncia y el sacrificio personal. Unidas a estas creencias debían destacarse las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, que en Mañara se dieron en grado sumo. Como consecuencia de tales elementos cristalizaría un modo o cultura del ser y del saber estar, en el ámbito social, en las formas y en todo cuanto debiera suponer sobriedad, sencillez y seriedad.

El resultado del conocimiento interior preciso al caballero para saber lo que debía hacer es la configuración del código. Mañara lo aprendió pues le sería inculcado. Lo cultivó a través de su vida y del estudio, y lo ejerció con tal desprendimiento que cabe apuntar lo ejecutó en todos sus extremos. Al ver a Jesucristo en cada pobre o marginado actuó no solo con el ejercicio de la caridad, sino que la llevó a cabo respetando y honrando al desvalido, con honor propio de un caballero hacia otro caballero, dado que el necesitado era el propio Cristo, y todo caballero debería defender el honor de Dios. Miguel Mañara optó, libremente, por la autonegación y la renuncia a si mismo, lo que le situó en la vía del martirio silencioso que caracteriza a quienes se olvidan de sus propias vidas y se entregan a los demás, como es el caso de religiosos y en particular de religiosas cuya vida consagrada les lleva a la clausura. En el caso de Miguel Mañara encontramos el repliegue personal hacia una vida consagrada a los pobres en el seno de la Hermandad de la Santa Caridad para la mayor gloria de Dios.

José Domínguez León (O.S.C.)
U.N.E.D. (Centro Asociado de Sevilla)

Fotos: Francisco Santiago

Artículo publicado en la revista "Sevilla Cofradiera" Semana Santa 2007










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