Arte Sacro
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Exaltación a la Pura y Limpia del Postigo. Óscar Gómez.


A los nazarenos del futuro inmediato, que es presente continuo de devoción y tradiciones. 

   

Mi amor sincero y profundo.

Vengo, Madre, a declararte  

Si es que eres diosa bendita,

las manos quiero besarte.

Si reina, ser tu lacayo,

Si mujer, a enamorarte.

 

Cuando te miro a la cara

Tu piel me roba un latido.

Tus ojos hielan mi sangre,

en un solo escalofrío.

Y se detiene en mis venas

Al compás de los suspiros.

 

A cada paso una luz,

en mi sinrazón, cordura,

A cada lágrima un beso

Me devuelve a la locura

de tus labios, Concepción

de tu divina figura,

de tu nombre que es ensueño

de tu pelo, y tu cintura,

de tu pecho y de tu frente

de tu callada dulzura,

de tu humildad, de tu vientre,

de tu alma limpia y pura.

 

Vengo Madre, a contemplarte

Y a pedirte desde tu reja

Que hagas tuyos estos versos

Poseídos de vergüenza

De la timídez de un hombre

Por su condición plebeya

Que ama a la que no puede

que es de los cielos princesa.

 

Vengo a rendirte mi vida

derramarla ante tus ojos,

regalarte las palabras

que no me inspira el decoro

sino tu real hermosura

por la que estoy preso, loco,

atribulado, abatido,

enajenado, celoso.

 

Tu manto es brillo que ciega

Y en mi memoria, constante

Pero también es tiniebla

Refugio para cobijarme.

 

Tus manos suaves me indican

La dirección del camino

y al mismo tiempo me frenan

en el borde del abismo,

cuando te vuelvo a encontrar,

cuando me había perdido.

 

Subes, esperanza al cielo

que miro para recordarte,

la tierra oculta el pecado

que me escuchas confesarte.

 

Que es un amor secreto,

Madre ancestral de los hombres

Eres el agua que alivia

La sed que tú me conoces,

Diosa viva del cristiano

Auxiliadora del pobre,

De espíritu y fortaleza,

De vida y de posesiones.

 

Aire que renueva vicios

Calor que dilata la Fe

Sello que rubrica alianzas

Que hace al mundo creer.

Cauce audaz de la Palabra

Matriz del divino Ser.

 

Cuanto añoro tu presencia,

sólo tú y yo lo sabemos

Vengo, sólo Madre mía

a decirte que te quiero.

Señor Hermano Mayor y Señores Oficiales de la Junta de Gobierno de la Antigua , Fervorosa e Ilustre Hermandad de la Pura y Limpia Concepción del Postigo del Aceite

Señores representantes de la Junta Superior del Consejo General de Hermandades y Cofradías de la Ciudad de Sevilla

Distinguidas autoridades, hermanos, amigos, señoras y señores…

Con su permiso

Con toda la responsabilidad con la que me he obligado, y a la que me obligan al mismo tiempo la confianza que ha depositado en mi persona esta que es mi hermandad y los elogios de mi admirado y querido Rafael, —gracias, hermano— lo que hoy quiero pronunciar, es el texto que sólo he tenido que pasar de la memoria al papel, haciendo de los pulsos del alma líneas de tinta.

Desde este atril, me parece estar viendo al niño seráfico que llama la atención de un joven padre orgulloso, al encontrar en los recuerdos de su memoria temprana la tenue luz divina de la capilla de la Virgen posada sobre la piedra del arco que guarda otros recuerdos, de gloria y de prosperidad, de la ciudad que pasean.

Desde el centro de este rincón hermoso entre los más hermosos rincones del mundo, me parece contemplar los pasos temblorosos de un anciano que se apoya en su sabiduría y en un humilde bastón, cuando sale a descubrir un barrio conocido en los últimos años de la vida a la que nació en una aldea de mil lluviosos kilómetros al norte, donde otra Virgen, engarzada en una joya de piedra, en un cruce de calles también empedradas, lloró al verle partir de muchacho para una guerra tan absurda como todas las demás.

Desde esta plaza perdida en la historia de la capital de un mundo de almirantes de la mar océana, me parece que aún puedo contemplar la silueta desgarbada de un muchacho que llora de madrugada las desventuras de una adolescencia, que hoy le parecen bromas de un destino vencido por la constancia… y que reza a la Pura y Limpia cada noche, asiendo su reja hasta llagar sus manos, marcando el hierro forjado en su frente, destilando la fuerza de la juventud en lágrimas que caen sobre la acera.

Ellos, un hijo, un abuelo, y el hombre que comenzaba a ser quien hoy les habla, quien hoy te reza, Madre como entonces, son los destinatarios de las cartas que franqueo en vuestra presencia con la luz centenaria de una devoción mariana, y en las que pongo como remite su nombre, porque quiero que sea Ella, más que inmaculada, Pura y Limpia Concepción de María Santísima, la que tome mi mano para escribirlas en vuestra conciencia.

Sí, por cierto, son cartas… es que lo llevo en la sangre que me dieron un abuelo, una madre, y un padre carteros, son por tanto las tradiciones de mi familia las que escriben estas cartas. Son mis devociones las que escriben estos versos:

 

Carta a un hijo

Mi amado hijo, (sí, es a ti, Alejandro)

Por el momento, ni tu edad ni las enseñanzas de tu maestra dan para algo más que para identificar las letras que ves impresas en esta carta, y sólo si son mayúsculas, que con las pequeñas todavía tienes algún problemilla. Así que te escribo para que me leas cuando haya pasado, al menos, una década. Llegará ese día, creo en mi orgullo de padre que ve en ti un prohombre del mañana, como todos los orgullosos padres ven prohombres en hijos despreo-cupados en su inocencia por el mañana, llegará ese día, digo, en el que leas en estas líneas la pasión que siento por ti, y también la que siento por la Madre de todos los hombres, en esa representación en concreto, a la que a ti te admira contemplar cuando pasamos bajo el arco que la cobija. Ahora, cuando la lees con la profundidad que te da el haber descubierto la verdad de leyendas de Reyes que vienen de Oriente, y de ratones que se llevan dientes de debajo de la almohada, ahora sabes que no era casualidad que nos la encontrásemos en el camino de vuelta de la plaza de toros.

Ahora sabes que me divertía verte persignarte imitándome en estilo libre, casi hereje, pero nunca blasfemo, porque estaba poseído de ternura. Ahora sabes, porque mamá te lo ha contado, que nos mirábamos sonriendo por tu gesto solemne de hombre enfundado en unos pantalones cortos.

Como el niño que fuiste, y que escuchaba las palabras que su padre pronunciaba en una hermosa noche del final de una primavera en el comienzo de la tuya, como el muchacho educado que espero que seas si nos viven una década más la moral y la conciencia por encima incluso de la ciencia, millones de hombres y mujeres de tres siglos y de todos los rincones del mundo, han mostrado su devoción a la pastora de las Almas del Arenal.

Ni estos en los que te escribo, ni esos en los que me lees, son tiempos en los que la Fe viva, porque la Fe vive, vive el mejor de sus momentos. Los que también vivimos y nos llamamos hombres, estamos más preocupados por otras cosas. Pero incluso admitiendo, y te advierto que esto raya en la blasfemia, y en la apostasía, que la ciencia hubiera alejado toda posibilidad de creencia en el Dios de los Cristianos, hecho hombre y redentor, y en su Bendita Madre…

Incluso habiendo borrado de la mente de los hombres todo atisbo de Fe, sólo el hecho de que millones de oraciones hayan quedado atrapadas para siempre en la capilla de la Virgen , ya merece el respeto de la generación a la que perteneces.

Muchos seremos los que hayamos retirado con orgullo la toca de punto de vuestra cara angelical de recién nacidos a la luz del mundo, para que la Virgen iluminara con su luz la primera de vuestras sonrisas.

Mi deseo, hijo, no puede ser otro que el de que sean muchas esas sonrisas en tu vida. Te pido que le dediques a Ella cada una, que vengas y agradezcas la felicidad que le pido que te regale y que sean pocas las veces en las que tengas que venir en cambio a pedirle luz en el camino. Ella siempre te estará alumbrando. Tenlo por seguro.

Firmo esta carta con unos versos que a medias escribimos tú y yo a la Madre Inmaculada.

 

¿Es emoción o es locura?

¿es delirio o es pasión?

¿es mi alma o es la suya

la que al verte se hace dos?.

 

La que se parte en jirones

y atenaza la garganta

y repiquetea en sones

de glorias y de alabanzas

 

¿Es suyo el llanto o es mío?

¿de quién es ese sollozo?

¿Soy yo quien llora o mi hijo

estando frente a tu rostro?

De niña que es Madre eterna

de Madre que es luz del mundo

de luz que ahuyenta tinieblas,

de los corazones puros.

 

De leyenda de alma blanca,

que cuentan los evangelios

Limpia, pura, inmaculada,

dice que eres, mi Credo.

 

Ves lágrimas en mis ojos,

anegando tu reflejo.

Surcan mi llanto piropos

navegando en el recuerdo

de días que fueron tristes

de madrugadas de miedos

en las que de mi te fuiste

por el sendero de un sueño,

que me alejaba de ti

como un velero del puerto

sin nada más que decir…

sin musitar un lamento.

 

Fui hombre de poca Fe,

de preocupación mundana

de no esperar, ni creer,

que al despuntar la mañana

volverías a poner

la esperanza en mi horizonte

rumbo a la luz otra vez

y en mi sien tu dulce nombre.

 

Me ves llorar sin saber

si son mías o de ese niño

que ves por días crecer

las lágrimas del cariño.

Si mi llanto es porque admiro

el brillo de tu mirada

o si es por el pellizco

que una voz enamorada

de los juegos de la vida

de una infancia inmaculada

me da en el alma misma

cuando te dice,

ay, cuando te dice —¡guapa!—

 

No se si tú me emocionas…

Si me emociona el cariño…

No se si son esas cosas,

que en mis brazos te dice un niño,

al que entregué mi sangre,

para el que imploro un camino,

por el que te rezo, Madre,

Pura y Limpia del Postigo.

 

Carta a un abuelo

Mi admirado abuelo,

Sabes que me hubiera gustado compartir los refranes de los últimos días que pisaste las calles de este barrio. Jamás las pisó antes hombre más justo que tú, que llegaste a Sevilla huyendo de un frente en que luchaste con toda la valentía de declararte un cobarde incapaz de disparar contra sus hermanos. Tú eres lo que quiero ser de mayor. De lo que más orgulloso puedo estar es de todo lo que me enseñaste sobre la vida: humildad, constancia, coraje… lo que fuiste y lo que eres en mi recuerdo.

El día de tu marcha es el paso de una cofradía de negro en mi recuerdo. Antes de cruzar el umbral de la casa que guardaba la cáscara vacía de tu cuerpo viejo desnudo de alma, me acerqué a pedirle a la Virgen un hueco para un hombre grande en el cielo de los justos. Un aire trágico acariciaba las aceras en la ausencia de vida de la madrugada. El eco del tiempo devolvía el sonido de un lamento tenebroso, como la hondura de los espíritus que lo proferían, que eran todos los de los que te quisimos, tanto.

En el cielo, una luz de canela ascendía, crecía, se aclaraba, hasta dominar la oscuridad en la noche en que se cumplía la profecía maldita, como en Semana Santa, cuando un templo asentado sobre la historia de otros pueblos, vomita almas de luto que buscan luz, mientras la arrastran. Pies descalzos que se amoldan al frío que dicta el calendario. Lágrimas que anegan los corazones malheridos de culpa. Labios que musitan rosarios de lamentos y promesas.

Una campana que desgarra el vacío repleto de penas, paradoja de la tristeza que se anhela. Silencio de hombres que hace chillar a los vencejos. El pliegue de una ciudad sobre el envés secular del tiempo. Aromas de unciones divinas, bálsamos para la quemazón de la injusticia. Compases que flotando en el ambiente denso de emociones marcan el ritmo de una vida y una ausencia que no lo es, rememoradas mil veces, cuando la condena del ocaso cae a plomo sobre un invierno tocado de muerte. Temor de ilustres. Ansias de un poder obsceno, asesino de justos y de inocentes. Azotes convulsos de dolor sobre la tersura de un lienzo tejido de penitencias.

Nada más que un capítulo traspapelado de una historia ahogada en el mar de muchas horas sombrías, de muchos años de desandar caminos robados a la cordura. Ansias de perdón, manifiestos de arrepentimiento, fluyen y se dispersan en el humo negro que desprende la cera endurecida por el tormento. Pinceles etéreos emborronan una bóveda infinita en la que destellan  los sueños, brillantes como los ojos de la luz eterna. Consuelo en un nombre santo y en el vientre de quien lo hizo hombre.

Nada menos que la sangre derramada que renueva la nobleza de una colección de almas. Signo y símbolo de un sacrificio que limpia de culpa la mirada oculta por la piedad. Poderes y riquezas, debilidades y grandezas, velados por la tenue tela que envuelve las pasiones y los sentidos. Nazarenos de negro luto en cofradía, como en la cruel madrugada de tu primera ausencia.

En el Postigo, su barrio y el mío, se me murió como del rayo mi abuelo Pepe, con quien tanto quería… un poema, una elegía, de la que tomo prestados unos versos para condenar la guerra que tanto odiaba el más grande de los hombres que ha pisado estas calles. Es la analogía de una elegía:

 

Yo quiero ser soldado enamorado
de la vida que a tiros se destroza
por defender lo estéril, lo inhumano.

En las trincheras del odio reposan
los sueños disipados por lamentos,  
anhelos que ocuparon largas horas…

robando minutos al desconsuelo,   
ocupando vacíos en la memoria,
que agoniza herida por el tiempo.

La muerte se llevó para su lado
existencias soñadas, no vividas,
almas de muchachos ilusionados…

con luchar porque llegaran los días
en los que hubiera paz para los suyos,
en que volvieran a nacer sonrisas…

entre los hombres que vistieron lutos
por los pueblos en permanente duelo
en los que arraigó el odio absurdo.  

Temprano levantó la muerte el vuelo,
tarda en pasar la noche a ser mañana,
en la tragedia diaria de un desvelo…

de una madre que tiene su esperanza  
derramada en la estampita vieja
que en el pecho le va latiendo abrazada.

A cada paso la aprieta y le reza   
a esa virgen pura que ahora entiende
a esa madre que tiene la certeza…

de que le arrebatan lo que más quiere
que la vida y el alma se le parten
que la esencia de su ser, se le muere.

Que a un hijo van de su seno a arrancarle
que se pone el sol de su primavera
que el cielo azul de negro va a tintarse.

Sobrevuelan tragedias las cabezas
de niños que enarbolan los honores
de defender su vida en las trincheras …

de hacerse, a escalofríos, duros hombres
de los que alzan y defienden banderas
luciendo los emblemas de rencores…

que sembraron de ira y sal la tierra
que ahogaron en el jugo del pecado
la virtud, la humildad y la pureza.

Yo quiero ser soldado enamorado,
del brillo de tus ojos, redentora,
que ilumina  la oscuridad, las sombras…

de pueblos a los que llegó la hora
de condenar la vida al destierro   
de asesinar su estirpe y su historia
de mutilar la paz… de haber muerto.

Yo quiero ser soldado enamorado,

yo quiero ser llorando el hortelano

de la tierra que ocupan y estercolan

tantos inocentes, y tan temprano.

    

Carta a quien fui

Soy la voz de tu conciencia. La que no te deja escuchar la juventud que produce terremotos en tu vida.

Acabas de despertar de un domingo de palmas de hace una eternidad de vivencias, cuando tenías el gesto burlón del crío que comienza a dejar de serlo. En medio, muchas tardes santas te han pertenecido cuando ni siquiera tenías edad para justificar una penitencia. Te habías asomado a una nueva perspectiva de las cofradías sobre los hombros de un padre, resignado a un esfuerzo costalero sin trabajadera.

Acabas de traspasar la frontera soñada de la medianoche en la calle, porque era medianoche iluminada por la luna de Parasceve. Vivencias guardadas para siempre en las primeras páginas de un álbum de recuerdos que huelen a incienso en la memoria. Eres nazareno del futuro inmediato, que es presente continuo de devoción y tradiciones.

¿Ves? Te conozco bien. Soy la voz de tu conciencia. Si no es a mí, escúchalas a Ellas, a la mujer que te empuja a la Fe en ti mismo, y a la que te llama a esa otra Fe mayúscula y universal. Las dos te aman. Las dos han llorado por ti en esta noche en la que crees que el destino te ha jugado una broma macabra. Una te dirá, andando el tiempo, que aquello que tanto os unió, hoy le produce una sonrisa que se refleja en tus labios como un dulce beso. Otra, a la que rezasteis juntos, me dicta un romance, para que te lo cuente como ejemplo de madres que aman a sus hijos, como cuando el barrio del Arenal era el tugurio de la ciudad, cuando chavales como el que eres, como el que fui, se enfrentaban a diario a su propio destino de perdición…

 

Colorea el alba ascuas en el cielo

y en la Alameda la madera anciana,

se queja de la fuerza de un muchacho

que empuja una puerta descolgada.

 

Corretea sus prisas por la calle

a mordiscos da cuenta de una hogaza

de pan duro y seco, manjar de pobre

con el que se desayuna la mañana.

 

El sol le ha tostado la piel de niño,

el esfuerzo le ha ensanchado la espalda,

por dos reales se condena al tiempo

que le quita a sus juegos la jornada

de peón en una obra de hombres

que están construyendo una plaza.

 

Que lo llaman monte del Baratillo,

que el sitio del Arenal lo llaman,

y que ese ha sido el lugar escogido

para el coso taurino que levantan.

 

Que se jugarán la vida y los cuartos

echados en medio de la explanada,

grandes toreros valientes que buscan,

alcanzar a un tiempo riqueza y fama.

 

El niño que se hace hombre en la cantera,

el de la espalda ancha y la piel tostada,

el que viene andando de la Alameda ,

aún tiene limpia y pura la mirada.

 

No persigue más gloria que el sustento,

no busca más riqueza que la pagada

al final del mediodía en tres monedas,

que lleva orgulloso a su humilde casa.

 

En la ida y en la vuelta del camino,

Va andando despacito por la arcada

que separa ciudad y arrabales,

que es puerta que se abre en la muralla.

 

Allí le han hecho a la bendita virgen

a la Madre de Dios, inmaculada,

una capilla recoleta, hermosa

un relicario de pureza y gracia

un altar bajado del mismo cielo

un cofrecito lleno de esperanzas

de las mujeres que acuden en tropa

a rezar bajito por la mañana.

 

Que no despierte la madre del mundo…

no gritéis, no vayáis a despertarla,

no ladren perros ni maúllen gatos

que se plante la dulzura en su cara.

 

Y que no suenen al golpear los cascos…

¡silencio!, que no relinchen las jacas.

Que no crujan las ruedas de los carros,

los que van camino de la Alcazaba.

 

Y que no pregonen los buhoneros,

que no suene el metal de las espadas.

Acercaos con sigilo a la reja,

¡no gritéis!, no vayáis a despertarla.

 

Aunque la veáis erguida en la capilla,

gesto dulce y las manos enlazadas

la virgen está dormida, y sueña

aupada a los cielos en nubes blancas.

Entre casas de algodón corretea

un rubio querubín de piel de plata.

Le han dicho que es redentor de los hombres

le ha hablado el arcángel de esperanzas

que sembrará en el mundo su persona:

empresa que le ha sido encomendada.

Le ha contado que santa es su sangre

que será por los necios derramada.

 

Pero la virgen que reza erguida,

el gesto dulce y manos enlazadas

sólo ve un querubín rubio y risueño,

a la tapia del delirio asomada.

 

Oculta la niebla de las quimeras a

María las palabras pronunciadas…

“que se haga la voluntad de mi Dios

florezca en mi su divina palabra”.

 

No contadle el sufrimiento de madre,

porque ella ya lo ha sentido en su alma.

No contad que dicen las escrituras,

no habladle de su existencia amarga…

 

Con valentía ha entregado su vida

por la misión a su estirpe confiada,

que es la de la de la redención de la culpa.

Ella, que es pura gracia Inmaculada.

 

La que no heredó el ancestral pecado

concebida pura, limpia, sin mancha.

Dejadla que sueñe risas y juegos,

de un niño que salvará a su raza,

que se olvide en sus sueños del martirio,

no lloréis por ella, no despertadla.

 

El niño que viene de la Alameda ,

el que tiene aún limpia la mirada,

se detiene en su camino y le reza

en silencio para no desvelarla.

 

Le pide que ilumine sus pasos,

que sea vigía de sus andanzas,

que sea sol al alba de su vida,

que sea de sus anhelos la guardiana.

 

A Ella se encomienda y sigue el camino,

Acaba de sentir crujir las jambas,

se abre la ciudad a un nuevo día

se despierta al bullicio otra jornada.

 

Un joven recio cruza la frontera,

de un arrabal de pillastres y de hetairas,

espadachines, rufianes y tramposos,

marinos del mal beber, cortesanas.

Pendencieros, tahures, bravucones,

gentes de baja ralea y calaña.

Bribones, malandrines y rateros,

charlatanes, buscones y canalla.

Pillos, engañabobos, cizañeros,

chusma que rezuma hiel por las entrañas.

Embajadores de las malas artes

mercenarios de moral olvidada.

Carroñeros de virtud inocente

aves de rapiña y de mala saña.

 

Y el que llega desde un hogar humilde,

el que busca el sustento de su casa,

finta los envites y los mandobles

esquiva el estruendo de las armas.

Un muchacho entre juergas y peleas

que llevan luz del día a la madrugada,

que tientan al pecado a la inocencia

retan a la virtud y a la templanza.

 

En su memoria el rostro de dos madres.

Resuenan en sus sienes las palabras

de la que besa su frente al marcharse,

la que llora cuando vuelve la espalda.

 

Que un niño se le marcha cada día,

para que vuelva un hombre, faz marcada

de las horas que pasa acarreando

una niñez de manos agrietadas.

 

La otra madre no llora. El le reza;

le dedica oraciones musitadas.

Se encomienda a ella en dulces susurros,

murmurando para no despertarla.

 

Una y otra madre tienden el puente,

por el que va camino de la plaza,

que lo llaman monte del Baratillo

que el sitio del Arenal lo llaman,

no persigue más gloria que el sustento

aún tiene limpia y pura la mirada.

     

Carta (de despedida) a la Virgen

 

Bendita Madre Inmaculada,

Ya te vuelves a tu capilla vacía. En este barrio en el que las casas están tan enamoradas las unas de las otras que apenas se despegan sus pieles de cal y piedra. Sus ojos enrejados, cubiertos por párpados de esparto y llorando el rocío que corre por las hojas de las macetas de geranios, se observan sin apartar la mirada indiscreta. La penumbra hecha silencio, y el silencio hecho calma, atraen sobre las calles a quienes admiran su historia y su belleza.

Ni el sol ni la brisa caben entre las casas enamoradas de un barrio mil veces santo, porque los dioses de todos los moradores de la ciudad guardan su memoria bajo esa tierra y ese asfalto. Ni el sol calienta ni la brisa refresca una atmósfera que ha permanecido inalterable durante siglos. El aire que se respira es el mismo que respiraron los que le dieron nombre y porte de arrabal de otro mundo. El sol que brilla en los tejados de barro, es el mismo que doró las pieles de los muchachos que buscaban su libertad de solares baldíos.

Las casas del Arenal, son casas adolescentes que unen sus bocas entreabiertas de labios como jambas, y frescor de zaguanes, respirándose las esencias, las unas a las otras, en los juegos prohibidos del amor temprano.

Y allí te vuelves, a un barrio hermoso que no desmerece tu gracia, que ha crecido en tu amparo y a tu abrigo de Madre Bendita del Cielo.

 

Ya te vas, madre, y nos dejas

huérfanos de tu mirada,

cegados por tu luz divina,

heridos por la lanzada

que deja una herida abierta.

No brota sangre ni agua,

sino que mana el deseo

de acariciarte la cara.

 

Ya te vas, Madre, te alejas.

Derramas gloria de incienso

te llevo sobre mis hombros

y no puedo sentir tu peso.

 

Me da fuerzas la oración

transformada en un lamento:

¿por qué no te quedas, Madre?

¡Que se marche el desconsuelo!...

 

que va a inundar esta plaza

que ha sido esta noche cielo

de las ánimas benditas

que pasean los silencios

de las calles de este barrio

que tan bien conoce el viento.

 

Las de grandes pecadores,

que se postraron humildes

ante la porción de gloria

que en tu capilla resiste

el transcurrir de los tiempos

noches oscuras, envites…

 

El de la Fe que zozobra

como un barco en la tormenta;

como chalupa que afronta

crecidas en la marea

de un río bravo que llamó

tantas veces a tu puerta.

 

El del pecado ruín

que se instala en las conciencias

de los que a tu lado venimos

a implorar tus indulgencias.

 

El de haberte a ti negado,

¿hay más injusta condena

Para una madre bendita

que comulgar con la pena

de contemplar a unos hijos

que de su calor se alejan?

 

Te marchas, Madre y tu estela

es de corazones rotos,

de almas que se lamentan

porque les queda el vacío

porque no estás y se ahuecan

las esperanzas cristianas,

las celestiales promesas,

la gloria de Cristo vivo

Reino de Dios en la Tierra.

 

Tras de ti van caminando,

formadas en cofradía,

las que te rezan cantando:

tus madrinas agustinas.

 

Son relicario que guarda

las virtudes de una vida

entregada a su Señor.

Ejemplo has sido, María.

 

Te vas para no volver,

ó llegaste sin haber vuelto.

 

Largo y duro es el camino,

angustioso es el desierto

que atravesamos llorando

los forzados al destierro

de tu bendita presencia

de la ausencia de un recuerdo

que se borra con la brisa

de este barrio marinero.

 

En el que vive la gracia

ante la que el buen pastor

de toda la humanidad

de rodillas se postró.

 

El que cruzaron pillastres

después de sus fechorías

implorando intercesión

deteniéndose en la huida

para rezarle a la Virgen

cantando las letanías.

 

Vas camino de tu casa,

que es un pedazo de cielo

que tiene un arco de piedra

por el que pasa un madero

acariciando dovelas.

¡Cruz del martirio crujiendo!

 

Cuando tus puras lágrimas

devuelven sólo el destello

de la mirada de un justo

que va su pasión sufriendo.

 

El Gran Poder de su alma

se desvanece en requiebros

a Ti, su Madre en la tierra,

la misma que está en el cielo.

 

Cuando pasa a tu verita

malherido de injusticias,

lastimado por el odio,

ultrajado por la brisa

que transporta por el aire

rencores hechos semillas…

 

Cae otra vez a tus brazos.

Quiere rozar tu mejilla.

Quiere acariciar tu pelo.

Quiere vivir tu sonrisa.

Quiere contemplar tus manos.

Quiere admirar tu carita.

Quiere suspirar tu aliento.

Quiere beber tus caricias.

Quiere encontrar en tu piel,

la memoria de una vida

que se le escapa en el mundo.

Cerca está ya la agonía.

 

Igual que él se te fue,

como se fue el costalero

que quiso a tu lado dar

por ti su último esfuerzo

y que al cruzar el arco

cayó de bruces al cielo…

 

Igual tú te nos marchas.

Te vas derecha al rincón

que te reservó Sevilla,

que para ti se guardó,

para que fueras vigía

¿de cuanto?, ¡de tanto amor!

 

Que se profesa por ti,

en esta tierra mariana.

Que los que vienen y van

por el Arenal proclaman,

que eres madre de los hombres,

la virtud inmaculada,

la redención de la culpa,

la estrella de la mañana

de un amanecer de gloria

en el que el sol es la espada

que parte en dos al pecado

para que reine tu Gracia.

 

Te vas, pero no te vas,

de mi corazón cautivo,

tu pureza virginal

se queda siempre conmigo.

 

Ya no puedo quererte más

así siento, así te digo

Emperatriz del Arenal,

salve, Reina del Postigo. 

 

He dicho.  

Fotos: José Pérez Bernal.

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