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El dinero y las cofradías. (y 5). José Luis Garrido Bustamante.


 Hoy el Ayuntamiento de Sevilla no da nada ni nada figura en ningún presupuesto oficial para quienes hacen posible la Semana Santa. Y las antiguas gratificaciones que, teñidas de graciable donativo anual, concedía el Municipio a las Cofradías se han transformado en subvenciones que éstas perciben como tributo de los espectadores que ocupan sillas en la vía pública a esa puesta en escena itinerante que son sus recorridos procesionales debidos exclusivamente al esfuerzo sostenido y personal de sus hermanos.

Mucho han cambiado las cosas. Ahora no es el Municipio el que da, sino el que cobra porque el Consejo le abona las tasas correspondientes a la ocupación del suelo, solicitando cada año, al menos con un mes de antelación, esta ocupación aportando planos y definiciones del aforo de cada sector que abarca.

Para ello el Ayuntamiento cedió al Consejo de Cofradías la explotación de las sillas de la carrera oficial y los palcos de la Plaza de San Francisco.

El último convenio, firmado en 1998, se acordó por diez años, por eso hay que renovarlo ahora, y sirvió como aval para financiar los palcos de moderna estructura que se instalaron en la plaza en sustitución de los tradicionales de madera cuyo coste ya no afrontó el Consistorio sino el organismo cofrade.

Este  Consejo que acaba de ser renovado, presidido entonces por Manuel Román Silva, hizo gala desde los primeros momentos de una eficaz capacidad de gestión y empezó demostrándola en su firmeza para resolver el deteriorado asunto de las sillas de la Carrera Oficial al considerarse liberado, por haber expirado el contrato, de las ataduras legales con los cuatro silleros a los que, en los últimos años, traspasaba el organismo cofrade la explotación de los asientos a cambio de una cantidad fija.

El Consejo, apenas tomó posesión de sus cargos, hubo de afrontar esta auténtica patata caliente que había producido un serio malestar entre los usuarios, especialmente los de la Campana, que se consideraban agraviados por las reformas que se llevaban a cabo impuestas por la adopción de medidas de seguridad y habían llegado incluso a manifestar ruidosamente su protesta contra el anterior presidente, Antonio Ríos.

El negocio de las sillas aparentaba ser tan goloso al correrse la voz, entre los introducidos en él, de las abultadas ganancias de los silleros sevillanos, cifradas según algunas  fuentes en un mínimo de sesenta millones anuales, que algunas empresas foráneas con experiencia, tales como una de Valencia experta en el montaje de las tribunas de las Fallas y otra de Cádiz, dedicada a tareas similares en el Carnaval, habían efectuado ofertas por escrito un año antes.  

La Carrera Oficial concebida como gallina de los huevos de oro terminó para algunos y la institución cofrade se apuntó un tanto que habría de repercutir de inmediato en las esquilmadas cajas de las cofradías llegando incluso a abastecer las de las cinco hermandades que en aquel momento no iban a la Catedral y las de gloria y sacramentales, o sea las que no forman parte del  sacro desfile callejero por el centro ciudadano que origina estos ingresos.

Los que han venido obteniéndose desde entonces se han  repartido en cuantía proporcionada a los gastos habidos según que las cofradías hagan su estación pública de penitencia con uno, dos o tres pasos.

Han cambiado los tiempos. Nos asomamos a un paisaje nuevo. Pero creo que conviene recordar estos antecedentes  para evitar valoraciones y, lo que es peor, opiniones desinformadas de aquellos a quienes de una forma o de otra toca ahora intervenir en este delicado asunto en el que late nada menos que la esencia de la ciudad a la que dicen servir.

Foto: Francisco Santiago

http://elblogdegarridobustamante.blogspot.com/










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