Opinión. Los compromisos de las hermandades. Diputado de Cruces

Una de las frases más contundentes que se pudo oír la pasada Cuaresma fue aquella que decía algo así como que “las hermandades salen para hacer estación de penitencia y no para cumplir con sus compromisos”. La pronunció el Sr. Román, presidente del Consejo General, en el contexto del conflicto que mantuvo con el hermano mayor de la Hermandad de la Resurrección, asunto éste que no debiéramos dar por cerrado hasta el año que viene (y volver a empezar). Y, realmente, este diputado no podría estar más de acuerdo con lo que se dice en ella.
El pero está en que al Sr. Román se le olvidó especificar que con la citada frase sólo se refería a la Cofradía de Santa Marina (y quizás a alguna de vísperas). Si no fue así, no se entiende la enorme cantidad de “compromisos” a los que hemos podido asistir en la todavía reciente Semana Santa. ¿Por ejemplo? Pues podemos mencionar esas “presentaciones” de algunas hermandades en la “santa” Campana, que en vez de lugar de paso obligado hacia la Catedral, auténtico objetivo de las salidas procesionales, parece que se ha convertido en una especie de anfiteatro donde un grupo de cofrades, autoconstituido en la ortodoxia cofradiera sevillana, “recibe” y, por tanto, donde hay que lucir las mejores galas (después, en la Catedral, las galas ya no sirven y todo es desorden y carreras para recuperar el tiempo perdido en la Campana). O esas interminables “chicotás” en cuestas famosas o lugares destacados, que provocan retrasos y atascos que perjudican a los que vienen detrás. O, también, esos larguísimos saludos a las puertas de ciertas capillas, algunos tanto a la ida como a la vuelta, perfectamente coreografiados para lucimiento de ciertos capataces, cuadrillas y músicos. ¿Y qué me dicen de esos rodeos, alguno ya clásico, que dan algunas hermandades en sus recorridos de vuelta y que amplían en horas este recorrido cuando ya casi estaban a la vista de sus templos? Y algunos más que podríamos nombrar.
Todos estos “compromisos” (porque se están convirtiendo en momentos de obligado cumplimiento) tienen, al menos, dos efectos nocivos. Por un lado, consiguen alargar artificial e innecesariamente el tiempo de estancia en la calle de las cofradías, con el correspondiente aumento del sufrimiento de los nazarenos, los grandes protagonistas, entre otros, de las procesiones, a los que debiéramos cuidar algo más, pues, sin ellos, la Semana Santa perdería gran parte de lo que le queda de auténtico. Y, por otra parte, ayudan a convertir esa misma Semana Santa en un simple espectáculo sin raíces históricas ni devocionales, para un público en el que cada vez hay más personas que no entienden lo que están presenciando, que no saben para qué salen a la calle las hermandades y que, bien porque pagan unas sillas o bien porque esperan un buen rato en la calle, se creen con derecho a exigir unos determinados comportamientos (léase, música o movimientos de pasos), aunque las circunstancias pidan todo lo contrario. En este contexto pueden enmarcarse los abucheos del Martes Santo o las despóticas peticiones de cera, caramelos y/o estampitas que en la calle Sierpes han sufrido nazarenos de muchas hermandades por grupos de mocosos maleducados (en todos los sentidos, civil y cofrade, ante la indiferencia y, en algunos casos, sonrisas complacientes de sus padres) diciendo aquello de que “yo pago para que tú salgas, así que dame lo que te pido”. Y otras cosas que están en la mente de todos.
Pues todo esto ha pasado ante el silencio de los dirigentes cofrades (al menos, ninguno de ellos ha hecho declaraciones estos días al respecto), excesivamente preocupados en salvaguardar una pretendida independencia delante de no se sabe quién y ciegos ante una realidad que está empezando a minar gravemente el sentido auténtico de lo que siempre ha debido ser la Semana Santa de Sevilla. Yo no creo que ésta se vaya a acabar (hay demasiados intereses para que algo así ocurra), pero sí que puede convertirse en algo irreconocible y muy alejado de su sentido y de su historia. Esperemos que no sea ya demasiado tarde.
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