Las Mejores Galas. Manuel Bernal Andamoyo

Cada vez me pasa con más frecuencia. No sé. Serán las señales propias de que vas cumpliendo años, pero hay instantes que por su luz o el olor del ambiente que reina en cada momento, me viene de pronto sensaciones que he vivido hace ya muchísimos años. Como si las teorías científicas de los túneles que atraviesan el tiempo se hicieran realidad en mi mente. Como si el crono tuviera vasos comunicantes a modo de puentes que conectan, por tan sólo décimas de segundo, el presente con el pasado.

Digo ésto porque esta misma mañana, en la que por ser sábado podía dejar de madrugar, tuve que levantarme rápidamente a cerrar una ventana que golpeaba y entré súbitamente en una de las habitaciones de la casa que dan a la calle.

A través del cierro entraba la luz avanzada de las amanecidas de mayo y refrescaba el aire agradable de un nuevo día. Entonces, ese clima, de pronto, trajo a mi memoria aquellas mañanas de domingo, vestido con la ropa reservada para las primeras comuniones y para ir a ver a los abuelos, que nos compraban en el ditero de enfrente de la peña el Maletilla, esperando en la parroquia de la Merced a que me dieran el palermo y recorrer el barrio de Santa María.

En un momento recordé como mi madre me saludaba desde el balcón cuando pasaba formando en la procesión con el Santísimo y como los vecinos sacaban sus mejores colchas para adornar las barandas de los balcones y como en el empedrado de cantos rodados de Santo Domingo, San Roque, Mirador, Teniente Andujar..., refrescados a base de cubos de aguas, se mezclaban los pétalos de geranios desgranados, con el romero, porque Dios iba por un día a recorrer de buena mañana el barrio de Santa María.

Eran días de caracoles, de tajadas de sandías “¿a lo rico o a lo pobre?”, de partidos de fútbol en el campo hondo, de cambio de uniformes de la policía armada, en las que Jesús Sacramentado iba visitando las casas de vecinos del barrio bajo palio, y la gente de Santa María lo recibían con sus mejores galas.