Arte Sacro
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¡Que poquito queda!. Las lagrimas del Maestro. Alberto de Faria Serrano.


 Por los cuatro costados de la Plaza no se oye más sigilo que el suyo. Lleva muchas noches encerrado en sí mismo. Más meditabundo que de costumbre Hay hasta quien ha llegado a asegurar que lleva sin dormir varias lunas. No es de extrañar que las rodillas se le hayan entumecido y hayan venido a verle para vérselas y de paso,hacerle un arreglito aquí y otro allá.

El caso es que el Maestro siempre fue un tipo de armas tomar. La leyenda atestigua que una vez fue excomulgado pero el bien sabe de exilios terrenales más que espirituales desde que se vino del Magnolio a verle bien de cerca. Nunca ha sido de llevar nada por los derroteros de la prisa. Las musas no tienen horas y las suyas procedían de una inspiración mística.

Los que le conocieron aseguran que nunca fue un hombre normal; que no se casaba con nadie.  Por eso estos cinco años ni se ha mudado de casa ni solicitado ningún traslado laboral. Solo tenía un pensamiento. Solo quería esperarle sentado. Orarle profundamente en silencio día y noche. Estío y escarcha. Solo el candor de alguna  paloma le susurraba al oído que venia de verle por la Plaza del Pan y le preguntaba si estaba bien o su piel precisaba de nuevos mimos o si le veía más abatido en su mansedumbre divina. Oía por la esquina de Córdoba el murmullo de quien venia de verle sobrecogido e impresionado. Ya que le habían desterrado de verle, sólo pretendía oír el revoloteo de la expectación que el halo de Su Presencia concita. Alguna vez solo pudo preguntarle al Ángel del Huerto si le había visto.

 Cuando ayer divisó la rampa, su corazón dio un vuelco y brotándose los ojos de bronce, se estremeció de júbilo inusitado por dentro. Su determinación inquebrantable, al fin. Tan locuaz como soberbio, nadie puede decir que no le ha echado un pulso a su legendario temperamento ni  ha dado arrestos de la expresión de su genio. Consiguió lo que se propuso con tanta tenacidad; Devolverle a su hogar sacramental el brillo y la opulencia de su creación. Tan difícil como antaño; Tan fervoroso como hogaño. A Él se encomendó y con su gubia se reconcilió. La delgada y tenue línea que separa la resignación de la contrición, solo la presiente la Cieguecita de la Catedral. Por eso la lleva porque lleva cinco primaveras ciego de Pasión. Hoy vuelve a verle y su angustia alcanza al fin su Clemencia. Cuando lo vea, como siempre abatido sobre su madero, le brotaran por sus mejillas las invisibles lágrimas de la recompensa memorial. Se desprenderá de las alforjas de la destemplanza como nosotros de una severa carga a nuestras espaldas. De la pesada cruz de tenerle su casa cerrada. Pasión de Cristo, confórtale, Confórtanos. ¡Que poquito queda!

Foto: Francisco Santiago









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