El cementerio de las flores olvidadas. Javier Ciézar. Diario de Sevilla.
El día de difuntos es una de esas fechas señaladas en la que las costumbres de toda la vida perduran a pesar de los años. Cada dos de noviembre, miles de sevillanos se acercan por el camposanto para visitar a los seres queridos que ya no están entre ellos. Pero el rito de limpieza de lápidas y ofrenda de flores tiene cada vez menos seguidores, ya que el sesenta por ciento de las personas que fallecen son incinerados en lugar de recibir una sepultura a la antigua usanza.
Ayer el cementerio parecía estar más vivo que nunca. Mayores y no tan mayores copaban las estrechas calles que lo recorren, unos con cubos y paños y otros con flores de diversas formas –de corazón, de escudo de un equipo de fútbol– pero todos con la misma intención. Niños que acudían por primera vez con sus abuelos, y abuelos que son ahora visitados por aquellos niños eran los protagonistas en una jornada triste, a pesar de que el sol daba tregua a la lluvia.
Uno de los colectivos que más están notando este cambio de costumbres es el de los vendedores de flores. Años atrás, el puente de Todos los Santos suponía para este gremio su agosto particular, llegando a vender en una mañana más de 400 ramos. "Este año no hemos llegado ni a los 200 entre ayer y hoy (1 y 2 de noviembre) y el año que viene será peor, porque el que incinera a un familiar no se va a gastar un dinero en flores para quemarlas luego", dice Rosario Pérez, propietaria de la floristería David, en la misma puerta del cementerio.
De sobra es sabido que un entierro, aparte de doloroso, es caro. Pero existen otros inconvenientes que hacen que la incineración vaya ganando adeptos frente a los funerales tradicionales. María del Carmen Cros viene todos los años a poner flores en la tumba de su suegra, pero a su marido y a su hijo, fallecidos hace 7 y 2 años respectivamente, se las pone "en casa". "La familia de mi marido tenía un panteón a nombre de varias personas, su padre se lo dejó en herencia, y ahora el Ayuntamiento dice que tenemos que pagar 2.000 euros para recibirlo". El elevado coste de este legado obligó a María del Carmen a optar por la cremación para su marido y su hijo.
El negocio de las flores en los cementerios no pasa por su mejor momento, "a pesar de que el colectivo de los gitanos no deja nunca de comprar ramos para sus difuntos", asegura José, un florista que desde hace una década trabaja a las puertas del camposanto sevillano. "Cada vez vendemos menos, los intermediarios suben los precios una barbaridad, y si a nosotros nos los suben tenemos que subírselos al cliente, porque si no apaga y vámonos", cuenta indignado el florista mientras prepara un ramo quitándole las espinas a una rosa: "He hecho una guitarra de flores para Antonio Núñez, Chocolate, y no sé lo que voy a cobrar, para que digan que en estas fechas subo los precios".