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César Ramírez y la concepción arquitectónica del cartel


José Fernando Gabardón de la Banda. El mundo del cartel en los últimos años se ha convertido en un verdadero laboratorio de ideas, una verdadera reflexión para muchos artistas noveles que han ido adquiriendo prestigio entre la crítica artística. Y es que el cartel cuajo en la vanguardia desde su origen, en aquella París legendaria ya lejana en el tiempo, que dio figuras tan excepcionales como fue el caso del celebrado Tolouse-Lautrec. Posiblemente en el campo de disciplina científica de la historiografía artista, no se haya dado un tratamiento especial, aunque sin ninguna duda contemos con un gran número de artistas que probablemente hayan renacido aquella escuela sevillana que tan amplio desarrollo tuvo al comienzo del siglo XX, en torno a la celebración de las fiestas primaverales, que sería el caldo de cultivo de muchos genios creadores que sin duda alguna representaron un salto en su carrera artística. De esta manera el cartel se convierte en un auténtico laboratorio de ideas, que van más allá de una simple educación académica. En el amplio repertorio de la cartelería sevillana, la Semana Santa se convierte en un género en sí, muy divulgado entre un amplio número de personas, que van más allá de admiradores de las obras artísticas, concibiéndose un valor emotivo al ver representado la identidad de las imágenes devocionales. En este campo es donde el artista del cartel se inhibe a la hora de su creación. Este valor subjetivo es lo que realmente aporta el cartel a la obra artística, no dejándolo solo en una recreación de una imagen procesional. Y probablemente es en este aspecto donde se muestre mejor uno de los mejores creadores de esta escuela sevillana de principio de siglo XXI sea sin duda César Ramírez Martínez.

Conocí a César una tarde de otoño del año 2016 en torno a la elaboración de un libro de Semana Santa de la Editorial Alfar que coordinó nuestro amigo común Pablo Borrallo. Desde un primer momento me llamó la atención su capacidad creadora, su ímpetu profesional y el buen hacer en las obras que aportó en la ilustración del libro. A partir de este momento, me convertí en un verdadero seguidor de su obra, siendo rara la tarde que no acudía a su taller a recrearme de la obra que estaba realizando en ese momento. Siempre admiré la capacidad de trabajo, en la que podía pasarse horas inacabadas en tardes y noches eternas hasta cuajar una composición. Incluso en muchos momentos he tenido la gentileza de que el propio artista me invitara a concebir el proceso de su obra, incluso que le diera mi modesta opinión. De esta manera pude conocer en primera línea alguna de sus más innovadoras creaciones de sus últimos tiempos, como fue el proyecto de la portada de la Feria de Sevilla de 2018, tras ganar el correspondiente concurso, los carteles de la Semana Santa de Córdoba del 2018 y el del setenta cinco aniversario del Cristo de las Aguas, el 2 de mayo del mismo año, que tuve el honor de presentar, así como un amplio número de obras entre las que resaltaría entre sus últimas producciones las de la Hermandad del Rocío de Triana y la de la Pastora de Cantillana, ambas del 2019, así como su participación de las Exposiciones Colectivas celebradas en el Círculo Mercantil en el año 2017, o en el Club Náutico, en el 2014. De la misma manera, colaboró en el homenaje al pintor Murillo, que se celebró en el Ayuntamiento de Sevilla.

Nacido en el barrio de Pineda en agosto de 1970, desde muy niño sintió una gran afición por el mundo del dibujo y de la pintura, como herencia de su abuelo materno, por lo que ingreso con diez años, en la extinta Academia de Dibujo y Pintura de Luis Pajuelo y Luis Montes en la calle Antonio Díaz, en la que se formó en la técnica del carboncillo y en la pintura al óleo participando con 13 años en exposiciones colectivas. Calificar a César Ramírez de un mero pintor cofrade sería encerrarlo en un aspecto limitado en su ya dilatada carrera, ya que cuenta con una amplia galería de retratos que le convierten en un fecundo cultivador del género, que van desde niños, aislados o en parejas, hasta la sensibilidad con que trata al mundo de la mujer. En sus obras despliega una pasión por el concepto espacial de sus obras, proyectando de esta manera su formación de arquitecto. Sus composiciones están perfectamente delimitadas con una delicada precisión en el más mínimo detalle compositivo, en las líneas encuadradas, dando una importancia al dibujo técnico. No por ello deja atrás el excepcional programa iconográfico con el que envuelve su obra, por lo que sus composiciones no se conciben solamente como una simple recreación estética, sino que detrás de cada una de ella se encierra un estudio pormenorizado del mensaje iconológico de la escena. Es por consiguiente reflejo de un exhaustivo estudio inicial, de un análisis detallado de las circunstancias en que se hace la obra. No cabe duda que en los carteles de César Ramírez se produce ese encuentro entre lo arquitectónico y lo pictórico, quizás estamos ante una revisión de los pintores renacentistas Piero della Francesca o Mantegna. Ya dio muestra de esta combinación en su composición dedicada al palio azul de la Amargura con motivo de la conmemoración del centenario de la marcha de Font de Anta, en la que aparecen el propio compositor al que le añade a Rafael Serna. Sería el cartel de la Semana Santa de Sevilla el que reamente resaltaría su excelente quehacer artístico. Concebido en múltiples planos, sitúa en una primera línea a la imagen de la Virgen de las Aguas, insigne interpretación de la imagen de Cristóbal Ramos, a modo de dolorosa debajo de la cruz, en la que ha situado a la imagen del Cristo de Santa Cruz, a las que añaden un grupo de hermanas de la Cruz y la portada del Nacimiento de la Catedral de Sevilla.

Una de las obras más excepcionales que el pintor sevillano realiza a lo largo de su carrera fue el cartel dedicado a la Hermandad de Pasión con motivo de los cuatrocientos años de la talla de Martínez Montañés, realizado entre los años 2014 y 2015, siendo Don Luis Cabello de Hermano Mayor de la Corporación. Se trata sin ninguna duda de unos de los carteles más conseguido no solo de César Ramírez, sino de la llamada escuela sevillana de cartelería, en la que se rompía con la visión tradicional de la mera recreación de la imagen titular de la Hermandad que le encargaba la obra. Lo realizaría en el patio del Círculo de Labradores de Sevilla, siguiendo la estela de un gran número de pintores trabajaron en el patio del antiguo colegio de San Acasio de Leonardo de Figueroa. Concebido en dos planos, a modo de juegos de espejos, muy utilizado en la pintura flamenca y española del siglo XVII, pero en el que el pintor ha intentado destacar el maravilloso perfil de la imagen. El pintor intento recrear el pasado y el presente de la Corporación, utilizando para ello la túnica como el del cuerno de la abundancia, que se caracteriza por su recreación ornamental y la lisa, en la que se enlaza un excepcional contraste de tonos. No sería la última vez que utilizaría el juego de planos, ya que volvería a retomarlo en las composiciones dedicadas a la Virgen de la Amargura y a la de la Virgen de la Macarena. El cuerpo inclinado de Cristo está perfectamente definido en el marco, resaltando el primer plano, con el Señor con túnica lisa, dejando diluido la túnica ornamental del segundo, sobresaliendo entre matices de colores, las manos y la cabeza portentosa de la imagen. De esta manera se rompía la visión plana del cartel, concibiéndose desde diferentes perspectivas, al igual que lo haría en su obra De San Acasio a San Lorenzo, en la que le impregna con una fuerza escorzada a la imagen del Gran Poder. Con el cartel de la Hermandad de Pasión, el pintor César Ramírez Martínez había revolucionado la concepción espacial del mundo creativo de este todavía mal considerado pequeño género artístico.  

Ilustraciones y fotos: César Ramírez

José Fernando Gabardon de la Banda. Profesor de la Fundación CEU San Pablo Andalucía. Doctor en Historia del Arte. 










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