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La Virgen lloró en la 'Madrugá'


Francisco Benito. Sevilla, Jueves Santo. Se levantó temprano de la cama, porque estaba desasosegado, como si algo le pasara, parecía que le faltaba el aire. Quería llorar y no podía, pero sus ojos estaban enrojecidos. ¿Qué me pasa Madre mía?.  – exclamó - Su esposa – Pilar – intuyó lo que al viejo Maestro le ocurría, saltó de la cama,  se puso la bata y con ese aire de Trianera que porta siempre,  le dijo al viejo Capataz con su voz mas firme: Alberto, déjate de bobadas y de penas, vamos a arreglarnos y ya estás poniéndote el traje negro, ese que llevabas cuando eras el mejor Capataz del mundo.

El Maestro la miró enamorado como un chiquillo y le dijo:

-          Pero Pili, “mi alma”, como quieres que me ponga el traje negro, ese ya lo colgué, cuando me retiré,  que ahora hay que dar paso a la juventud, y yo ya tengo muchos años.

-          Haz el favor y ponte el traje negro, siguió diciendo la Trianera, el traje negro, la camisa blanca y la corbata negra que tú eres Capataz, hasta que el Señor y su Madre Bendita te llamen allá arriba; además hoy algún compañero te llamará para ofrecerte el martillo y debes de estar como tú eres,  elegante.

-          Pero Pili, por favor.

         Ni Pili, ni nada, ponte el traje negro te digo.

Inútil es decir lo que ocurrió, el Maestro Gallardo, saliendo de la ducha,  abrió el armario, cogió el traje negro, la camisa blanca y la corbata reglamentaria y se vistió como hacía siempre que tenía una cita – la mas importante de su vida – con su Virgen, con su Madre Bendita, la Virgen de las Angustias.

Pilar, esa mujer nacida en el corazón de Triana que comparte la vida con Gallardo, se arregló como ella sabe hacerlo, sus ojos resplandecían, su cara rebosaba felicidad. Cuando apareció con su sonrisa franca y llana a Gallardo se le iluminó la cara, él,  galante como siempre y caballero exclamó:

-          ¡Que guapa estás mi vida¡ Pilar miró a su esposo fijamente a los ojos y le dijo

-          Ven siéntate, quiero decirte algo.

-          ¿Qué tienes mi vida? dijo Gallardo.

-          Nada, no te preocupes.

-          ¿Qué pasa pues?.

-          Pasa mi vida, que hoy tienes que vencer a la nostalgia, a la pena, que hoy, en la madrugá debes de coger tu Cruz con alegría y demostrar al Señor de la Salud y a su Madre bendita que estás satisfecho y feliz por la vida que te ha regalado y por tantos años de felicidad al frente del Palio de Nuestra Señora.

-          Claro, dijo Gallardo, eso es lo que voy  a hacer.

-          Claro, dijo la Trianera y besándole muy fuerte añadió, vamonos a Triana a ver a mi Esperanza y al Señor de las Tres Caídas.

-          Vamonos dijo el Maestro.

Y después de un día agitado, lleno de emociones profundas se hizo la noche en Sevilla, y llegó el momento mágico, la “madrugá”. El Maestro notaba un nudo en el estómago a medida que pasaba el tiempo, eran tantos recuerdos y tantos años y tantas sensaciones. Eran los instantes,  en los que el tiempo se detiene, donde la emoción se palpa a flor de piel, donde todo tiene otro significado, donde las lágrimas brotan del corazón de hombres recios como castillos. La madre vistiendo al niño, el padre que se arregla la túnica planchada frente al espejo y recuerda a su hermano que ya no está y que salía junto a él  en la Cofradía y le llora.

Son los instantes donde en los aledaños del Templo de los Gitanos, donde forma la Cofradía, ya todo ha cambiado. En un Bar cercano un joven Capataz arropado por su gente piensa en su responsabilidad – El Maestro no está – medita, sus contraguías le animan: Venga Jefe que todo va a salir bien, no te preocupes,  le dicen.

Pilar con ese acento tan suyo, muy junta frente a su marido, con esa franqueza llana que solo tienen los limpios de corazón le dice al Maestro:

 

-          Venga Alberto, vamos a ver como te portas.

-          Que quieres mujer.

-          Vamos al Templo a ver al Señor de la Salud y a su Madre bendita.

-          ¿Al templo?.

-          Si, al Templo, no va a ser al Corte Inglés, dice la Trianera.

-          Pero es que..

-          ¿Es que, qué?.

-          Nada, nada, dice Gallardo.

Como dos novios enamorados llegan al Templo. Gallardo haciendo esfuerzos sobrehumanos por no llorar, y ella orgullosa, con su hombre del brazo, humilde pero a la vez sintiéndose importante, porque acompaña al hombre que ama y al que Sevilla adora. La gente al verlos muy cogidos de la mano, quieren saludarles, mostrar su cariño. El Maestro Gallardo que es maestro en muchísimas cosas, con todos se para y con todos tiene una palabra. Pilar a su lado radiante, bella, guapa, guapísima,  como no podía ser de otra manera.

Traspasando el atrio del Templo lleno de gente, Gallardo y su esposa se encuentran de frente el Paso de salida del Señor de la Salud. No es posible expresar con palabras el sentimiento,  al contemplar muy cerca al Cristo de Los Gitanos. Su mirada de bondad parece decirle al Maestro: “Toma tu cruz y sígueme”. Gallardo aguanta el tirón y se come las lagrimas, exclama por dentro “Padre mío, ayúdame porque no tengo fuerzas para soportar esto”. Gallardo recuerda como una película en un instante, sus muchos años de Costalero, porque si bien Gallardo es el mejor Capataz del mundo, lo que le define intrínsecamente es su vivencia como Costalero, parece como si en ese momento la trabajadera compañera fiel de tantas glorias, apretase su cerviz de atleta como antaño. Pero no, no, no es la trabajadera, es un sentimiento agridulce en que se mezclan un acervo de sensaciones vividas, es su propia vida contemplada en un momento. Recuerda a muchos de sus compañeros que están en compañía del Señor de la Salud.  Recuerda al “Moreno”. Recuerda al “Quiqui”. Recuerda a su hija Irene que le llevaba un café calentito bajo la trabajadera. Recuerda a tantos que enseñó y a tantos que ya no están y se siente cansado, muy cansado. En ese momento, cuando una lágrima furtiva va a hacer su aparición en su mejilla,  un tirón del brazo le devuelve a la realidad: es su esposa Pilar, su mujer querida,  su novia de siempre, hablándole al oído le susurra:

-          Te quiero mi vida, estoy junto a ti siempre, tienes que ser fuerte, le dice.

Gallardo coge muy fuerte su mano, como los niños cuando se agarran a su madre, y dando unos pasos se encuentra frente a un hombre joven vestido con un traje negro. Es su hijo Alberto, quien le abraza muy fuerte y besándole con reverencia exclama:

 -          Papá,  ¡cuanto te echo de menos!, ¡como pesa la responsabilidad!.

-          Hijo mío – exclama Gallardo – ten fé,  Élla te ayudará.

-          Si papá.

-          Tienes que llevarla con el corazón, mira en tu interior y ya verás como la Reina de Los Gitanos te hace sentir su presencia.

-          Si papá.

-          ¿Cómo está la gente?

-          Bien,  aunque muy tristes, sintiendo tu ausencia.

-          Alberto,  dice Gallardo, con esa gente tienes que morir, hoy te va a mirar toda Sevilla, son tus costaleros, tus hermanos, tus amigos y hoy, tu eres el General en Jefe.

-          Pero papá, dice Alberto jr., sin ti a mi lado yo no soy nadie.

-          Si lo eres hijo mío – dice Gallardo- eres el Capataz del Paso de Palio de la Virgen de Las Angustias “Ahí es ná”.

Y dándole un beso muy fuerte, Gallardo hace el signo de la Cruz en la frente de su hijo, le coge de los hombros, le mira a los ojos y le dice con la voz emocionada:

-          ¡ Al Cielo con la Madre de Las Angustias!.

Pilar, coge de nuevo a su marido del brazo,  y no puede evitar – esta vez si – sentirse emocionada, pero mirando hacia otro lado para que Gallardo no se percate, avanza junto a él para ver ya el Paso de Palio de la Reina de Los Gitanos, de la Madre de Dios, de la Emperadora de Las Legiones Divinas, de la Virgen de Las Angustias. Gallardo se para ante el Palio, sus brazos están pegados a sus costados, como si quisiera cuadrarse firmes ante su Madre Bendita. La gente que se percata del detalle mira al viejo Capataz con reverencia, murmurando en voz baja, pero con un respeto grandísimo. La Virgen de Las Angustias está radiante, bella, guapísima, extraordinaria, no cabe calificativo humano para definir el semblante de la Madre de Dios. Gallardo mirándola embelesado eleva sus manos como en una plegaria y exclama con voz recia y potente:

-          ¡Que hermosa estás Madre mía¡

Y sus ojos se anegan de lágrimas que fluyen de sus ojos sin poderlo evitar, su mujer Pilar le mira y trata de ayudarle pero también llora. En ese momento no puede  ayudar al viejo Maestro, que lejos de estar vencido es hoy – mas que nunca – el hombre que soporta más peso en Sevilla. El peso de la pena grandísima de no acompañar al frente del Martillo a su madre querida. Los hombros de Gallardo, hoy son los hombros de un  Gladiador victorioso en mil combates, el viejo Capataz, el Maestro es, sin dudarlo en esta “madrugá”  ese Caudillo invicto que con su Auctoritas va a hacer que sus hombres ganen otra batalla aunque él ya no esté frente a ellos, porque Nuestra Señora, la Virgen de las Angustias Coronada, la Virgen Gitana va a pasearse gloriosa por su ciudad, por esa tierra de María Santísima que se llama Sevilla.

El Maestro sale del Templo junto a su esposa. Lejos de pretender protagonismo, Gallardo – hombre humilde y bueno donde los haya – desea pasar desapercibido junto a su esposa, pero este año en el que el viejo Capataz no está al frente de sus hombres, le va a resultar muy difícil porque todos quieren agasajarle con un detalle y en especial los Capataces de los Pasos,  que han bebido de sus fuentes.

 Y comenzó la “madrugá”, y de nuevo se abrieron las puertas de los Templos y las Cruces de Guía anunciaban la salida de la Cofradías. En la C/Verónica, en su Templo Gitano hay expectación, todas las miradas están en el mismo punto:  el joven Capataz del Paso de Palio de la Virgen de Las Angustias Coronada: Alberto Gallardo Jr., este año toda la responsabilidad recae sobre él, porque su padre el gran Capataz y gran cofrade Alberto Gallardo Aguilar, en un acto de generosidad que solo se comprende en el amor  de un padre a un hijo, le ha dado la alternativa frente al martillo.

Y después de la salida del Señor de la Salud, de ese Cristo Gitano que es Dios mismo en un Paso de Semana Santa, su madre bendita, la Virgen de las Angustias. El joven Capataz mira a la Virgen y la encuentra bella, bellísima, pero hay algo en su faz que no entiende. Serán los nervios – piensa – Joaquín, su segundo, le dice con voz nerviosa:

-          Alberto, que nos vamos.

Los hombres están puestos en las trabajaderas, son costaleros del Viejo, de Gallardo, del Maestro, hombres recios, duros, pero con un arte que no se puede aguantar. Han sobrevivido a mil batallas oliendo a canela y clavo y paseando a la Señora, a la Virgen Gitana en Sevilla como pocas cuadrillas lo han hecho.

El joven Alberto se acerca a los respiraderos y nota que el nerviosismo le invade, pero en un momento saca la casta de Capataz sevillano y cogiendo el martillo, lo golpea tres veces con fuerza, llamando al patero con voz profunda:

Diego ¡Vamonos MI ALMA!

Como tú digas corazón – exclama el patero –

Esta levantá va por Ustedes y por el Viejo;  que Ustedes  hagan  lo que siempre han hecho y que el Maestro me ilumine para pasear a la Virgen de Las Angustias como ÉLLA se merece – tercia el Capataz –

¡ AL CIELO CON ÉLLA ¡

De nuevo el martillo golpeando la plata – diría Antonio Burgos – y el Paso de la Virgen Gitana comienza el paseo triunfal por Sevilla.

Y detrás del Señor de la Salud, su bendita Madre, la Virgen de las Angustias. El Paso comienza su andadura como esa cuadrilla sabe hacerlo, con elegancia, pero existe en el ánimo de todos los costaleros una pena grandísima porque el Padre de todos ellos, el hombre que con todos tenía una palabra, una broma, un cariño, ya no está frente al martillo, uno de ellos “El Madalena”, no hace nada más que llorar desde que el Paso fue izado, pero ahí está como todos, poniendo lo mejor de si mismo, para que la Virgen Gitana con su cara luminosa y bella, pero con un halo de tristeza en la misma, llegue a la Campana con esa majestad que emana su presencia.

Y el Paso llega a las inmediaciones de La Campana – lugar emblemático – y suena “Campanilleros” y después “Rocío” y sobre los pies los costaleros lo bordan. El Paso parece que avanza con ruedas, no se mueve un varal. Una salva de aplausos como un estruendo rompe cuando el Paso es arriado. El pueblo de Sevilla, sabio donde los haya, comprende que este año para la Cofradía Gitana es especial, y es especial, porque si bien nadie en este mundo es imprescindible, los años que Gallardo ha estado primero de Costalero y mas tarde de Capataz constituyen una fuente inagotable de sensaciones para el mundo cofrade. ¿Cómo no emocionarse recordando su voz llamando al Paso? ¿Cómo no emocionarse recordando esas cosillas que el Viejo le dice a su Madre Bendita?. Pero los tiempos pasan, las gentes pasan y ahora frente al Palio de la Virgen de las Angustias, está la semilla del Capataz mas grande que ha dado la tierra de María Santísima, su sucesor Alberto Gallardo Cordero ha bebido de las fuentes de su padre durante muchísimos años, debe imponer su propia impronta y tener su propio criterio, y aceptar resignadamente y sentirse orgulloso de que las gentes le comparen con su padre.

Para evitar protagonismo, este año el Viejo Capataz no está en La Campana, ha preferido colocarse en otro lugar de la Carrera Oficial, más discreto, con menos gente. Este año, va a contemplar el paso de la Cofradía en los alrededores de La Catedral. Su hijo Alberto, como no podía ser de otra manera, le ha brindado el martillo, cuando, donde y como deseé, pero Gallardo – hombre humilde – desea pasar desapercibido. No obstante, llegado el Paso de Palio de la Virgen de Las Angustias, a los aledaños de la Catedral, uno de los Contraguías se dirige a él, y con todo el respeto le dice:

- Maestro, La Señora le espera. No le queda mas remedio que coger el martillo.

Gallardo se levanta de la silla que ocupa junto a Pilar y nota que le tiemblan las piernas por primera vez en su vida. Está nervioso y Pilar lo nota, la de Triana que es de armas tomar, se levanta, le da un beso muy fuerte y al oído le susurra:

- Ahí está tu madre, Alberto, la Señora. Haz una levantá de las tuyas.

Gallardo, se abre paso mientras oye un murmullo de aprobación, y se encuentra ahora frente al Palio de María Santísima de Las Angustias Coronada; su hijo Alberto le abraza muy fuerte besándole, cerca de él su sobrino Joaquín, los costaleros de relevo le abrazan y en algunos rostros pueden verse lágrimas furtivas.

- Papá dice Alberto, ahí está tu Virgen, la madre de Dios. Levanta el Paso como solo tú sabes hacerlo.

Dentro de la parihuela, el patero delantero derecho ha escuchado toda la conversación y les dice a sus compañeros:

- Ojo valientes, que viene el Viejo, vamos a hacer una levantá de las nuestras.

-          “Al Cielo”,  - exclaman la totalidad de los hombres de abajo - .

Gallardo mira fijamente a la Virgen de Las Angustias, se santigua, nota su belleza, pero a la vez vislumbra un rictus de tristeza en su Madre Bendita, sabe que es así porque han sido muchos años, y muchas madrugás junto a ÉLLA.

Gallardo toma el martillo, parece como si de él se desprendiera fuego, y asiéndolo muy fuerte lo golpea tres veces, con su voz tan peculiar, tan sevillana, y con tanto arte dice, llamando al patero:

-          Diego, vamonos corazón

-          Al Cielo con Ella, Maestro, -  contesta el patero- .

-          Esta “levantá”, va por Ustedes, - dice Gallardo – que cuando lleguen a sus casas se sientan orgullosos mirando a su gente de frente, y les puedan decir “Vengo de llevar a mi madre querida  La Virgen de Las Angustias”, termina Gallardo.

-          ¡ A ESTA ES ¡

-          ¡ EL CIELO CON ELLA ¡

En el instante en que Gallardo ha izado el paso de la Virgen de las Angustias, ha ocurrido algo que ha hecho que el Viejo Capataz se emocione y sus ojos se llenen de lágrimas, junto al rostro bellísimo de María Santísima de Las Angustias a continuación de las lágrimas que lleva su cara, han aparecido dos gotas de agua transparente, que se deslizan hacia abajo. Todos han podido verlas.

En ese instante, en la madrugá,  en Sevilla cayeron unas finas gotas de lluvia, sobre el Paso de Palio de La Virgen de Las Angustias.

 

Era la lluvia....

Sería la lluvia.

 

                                     El Pardo, Semana Santa de 2006.

                                     Francisco-Manuel Benito Quesada

                                     Costalero.

Dedicado con todo cariño a dos personas a quien considero parte de mi familia: Don Alberto Gallardo Aguilar y Doña Pilar Romero García.









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