Arte Sacro
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  • viernes, 26 de abril de 2024
  • faltan 352 días para el Domingo de Ramos

Ya queda menos. Dónde se detiene el tiempo. Alberto de Farias Serrano.


 Tan fiel a su cita como un enamorado primerizo. Tan entrañable como el poso de las confidencias apreciadas a la luz de un café sabatino. Tan esperado como la luz que se estira como ella sola para ser testigo preciso del testimonio que nos anticipa el ceremonial del rito. Se hace la remolona sobre la cornisa del Aljarafe porque no se lo quiere perder de ningún modo. Allí donde se adecenta la muralla que divide los fríos del adviento de los presagios de la ceniza. Allí dónde se abren de par en par las Puertas de la Gloria  que ya no miran a Córdoba si no que quieren rendir pleitesía a la dulzura de la Buena Muerte reflejada sobre el espejo de la transparencia. Allí dónde el barrio se hace mística naturalidad. Allí hoy se nos transfigura el ritmo vital de las sensaciones.

La meridiana longevidad del cofrade entiende con puntualidad suiza la emoción del rito. Ese mismo que se asoma travieso al salón de la memoria. Esta tarde le dictará probablemente renglones inéditos para acrecentar su relevancia; al igual que la luz de la tarde, se estirará su trayectoria hasta dónde se detiene el tiempo. Un enhiesto ciprés será mudo y providencial testigo de la proeza devocional que unirá el espíritu de un barrio con la mística conventual. La ingravidez de la vivencia se hará patente ya vencida y caída la noche. Allí el señor de la Buena Muerte abrirá sus brazos a sus hermanos para decirles que nunca olviden sus orígenes ni la fuerza de su nombre. San Clemente unirá el valor penitencial para ahuyentar, como en su pontificado, las fuerzas de la dispersión que nos aúllan como lobos desde dentro y desde fuera. Clamará a la unidad y a la paz para el tiempo de Cuaresma al que llegamos cuesta abajo de enero.

Hasta la misma madre de Pedro I el Cruel y esposa de Alfonso XI, Maria de Portugal, eterna huésped del lugar,  se revestirá instantáneamente con el hombro visible como la Magdalena de Castillo para testimoniarle su infinito amor y  reverenciarle su inestimable visita. Y con sus mismos ojos vidriosos despedirá dulcemente el cortejo. Allí dónde las agujas del reloj carecen de sentido y ni la prisa ni lo material alcanzan algún valor, se posará bajo la cúpula celestial de su Padre para  transmitirnos que no hay miedo posible ni temor inaprensible. Allí mismo en la sobriedad  monacal  y mientras el ciprés quisiera erigirse en crucero y asir raudamente la cruz de guía de nuestro camino cuaresmal, como un fogonazo contemplaremos el Alma de Dios sobre su pecho vencido. Sabremos entonces que la promesa será cumplida y divisaremos en nuestras retinas, un mar de cartones azules y empezaremos a tocar con la yema de nuestros dedos el anhelado sueño renovado y premonizado de los callejones. Ya queda menos para el Domingo de Ramos.

Alberto de Faria Serrano

Foto: Francisco Santiago










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