Gregorio y su hijo. Carlos Colón. Diario de Sevilla
Lo mejor, más auténtico y más emocionante que pase a partir de mañana tiene mucho que ver con lo que vi anteayer. Un padre y su hijo adolescente entrando en el portal de su casa pasada la una de la madrugada. En el portal como cualquier otro portal de un bloque de pisos como cualquier otro bloque de pisos situado en una calle de la ciudad moderna idéntica a cualquier otra calle de la ciudad moderna había, en ese momento, tanta Sevilla, si no más, de la que pueda haber en cualquier plaza, calle o rincón del casco histórico. Porque Sevilla, allí, eran ellos. Habían estado trajinando, los dos, en el montaje de su cofradía. El padre en la casa de hermandad, con quienes organizan la difícil logística de esta cofradía que conduce 1.800 hermanos ordenados en 17 tramos a través de un recorrido de diez kilómetros que dura más de doce horas. El hijo en la parroquia, entrando en lo más íntimo de la vida de la hermandad por su puerta más entrañable –en su más literal sentido de entraña, "parte más íntima o esencial de una cosa", "cosa más oculta y escondida", "centro, lo que está en medio"– que es ayudar al montaje de los pasos, aprendiendo de quienes saben, compartiendo horas con sus imágenes y con los suyos en la sonora soledad –órdenes de quienes se alejan para tener perspectiva, golpeteo de maderas, quejido de tuercas ajustadas– de la iglesia cerrada.
Sobre la una fue Gregorio, el padre, a recoger a su hijo porque al día siguiente tenía colegio. El chaval quería quedarse hasta que terminaran los priostes y sus ayudantes, y obedeció sin malas maneras pero refunfuñando. Quería quedarse allí tanto como quien más se quedara. También tenía la ilusión de hacer guardia junto a sus pasos la noche del Domingo de Ramos al Lunes Santo. El padre le convencía de que entonces no tendría fuerzas para aguantar la estación entera. Ni, pensaba yo, tendría la alegría del niño o el joven que se despierta el día que sale su cofradía: ¡quién pudiera sentirla como la sentimos nosotros, hace ya tantos años, y la sentirán a partir de mañana tantos niños, tantos jóvenes, que viven ese despertar al revés en el que la realidad es más hermosa que el más hermoso de los sueños!
Al final quedó convencido sin enfado y les acompañamos hasta su casa por las calles quietas y recién llovidas del barrio. Cuando se despidieron los vi irse, padre e hijo, hacia el portal de su bloque. Algún día ese chaval recordará estas noches entre las más hermosas de su vida; algún día el hoy joven volverá una madrugada a su casa acompañado de su hijo adolescente, contándole cómo él volvía con su padre tras haber estado montando los pasos de su cofradía. Y supe que tenía el privilegio de estar viendo cómo nacen esos recuerdos que después nos calientan el corazón en los inviernos de la vida. Y cómo, noche a noche de Cuaresma y día a día todo el año, nace la Semana Santa.