Reflexiones ante el Cristo de las Tres Caídas con motivo de su próximo Vía Crucis a la Catedral. Juan Manuel Labrador Jiménez.
A todos los hermanos de mi Hermandad de la Esperanza de Triana.
Nunca dejas de gratificar la devoción de tu pueblo bendito, mi Señor de las Tres Caídas. Hace sólo unas horas, los cofrades de Sevilla ratificaban el deseo de verte cruzar el puente la tarde de un primer lunes de cuaresma para rezar en el mayor templo de nuestra Archidiócesis el Vía Crucis de todas nuestras Hermandades.
Esa tarde, el sol dorará tu Rostro como aquella lejana tarde del Sábado Santo de 1992, cuando participaste en el Santo Entierro Magno, o dicho de un modo más popular y sevillano, el Santo Entierro "Grande". Alzaremos nuestra mirada hasta tus ojos, y perdonarás todos nuestros errores, los mismos que se convierten en pesadillas y que sólo tu consuelo es capaz de hacerlas desvanecer en la tenebrosidad de la noche penitencial. Contemplaremos la cruz que daña y rompe tu espalda, y nos percataremos de que en ella van todas nuestras culpas, las mías y las de mis hermanos. Pero somos débiles, Señor, estamos indefensos, porque como el niño recién nacido, no sabemos hacer nada si Tú, Padre Eterno, no estás junto a nosotros.
La catedral de tu perdón tiene, sin duda, muchas puertas para entrar, y el espacio no tiene medida, porque sólo así podrás inundar nuestras almas arrepentidas de tus celestiales dones. Deja que depositemos en la piedra donde apoyas tu mano derecha las reflexiones que nos hacen ver que debemos cambiar, y que como cristianos hemos de buscar la fuerza que nos permita enfrentarnos al mal que nos invade, para así poder vencerlo con nuestro sudor y nuestra entrega.
Permítenos, Jesús, retomar siempre el camino de los sentimientos, cuya andadura nos conducirá hasta Ti, porque Tú eres la meta a la que hemos de llegar, pues en tu Rostro, además, habita la dulzura patriarcal que nos deja descubrir también toda la bondad que ha de hacer que nuestro amor renazca para que carezca de mancha alguna.
Mirándote fijamente comprobamos como Tú, Señor, eres en verdad bueno y compasivo con todas las criaturas del mundo, y siempre nos haces desembocar en estas meditaciones cuando da comienzo la cuaresma, y muy especialmente este venidero 2006, en cuyo 6 de marzo abrirás tus brazos a la oración sencilla de todos los que te veneramos con amor desmedido.
Esa jornada sólo estarás Tú con tu pueblo, con tu gente, con tu barrio, con tu ciudad, con tu hermandad, y sin nada que pueda distraer o molestar nuestra visión, pues al detenernos en la admiración de tu fuerza inagotable, contemplaremos que no hay más Dios que Dios. Cómo quisieramos ser esa tarde flor de tus andas para sentir tu peso devocional, y para que esa sangre que derramas por tu frente y por tu cuello caiga en la tierra de modo que fertilice al mundo, y pueda florecer en él ese jardín de tu calma y tu sosiego sublimes.
Tu redención, Señor, es lo que permite que nuestra vida se salve de la furia de un presente que nadie sabe por qué se presenta así, un tiempo tan difícil, tan alterable, tan complicado y tan duro en el que hemos de amarte eternamente a pesar de las discordias y las hostilidades de esta sociedad perturbada por aquellos que sólo creen en guerras y en luchas absurdas, cobardes que se sienten poderosos con armas que no son otra cosa que el reflejo de la locura de la gente que ha perdido o no entiende qué es la fe.
Por todo ello, ante tu designación para presidir el Vía- Crucis de la ciudad, te hago un único ruego en el que se resumen todos los ruegos que tu gente te pedirá para el próximo primer lunes cuaresmal…
Déjanos poder seguirte,
Señor de las Tres Caídas,
e indícanos el camino
de esta estrecha y larga vida
que al llegar la primavera
a las flores resucita.
Déjanos poder seguirte,
Señor de las Tres Caídas,
pues Tú nos muestras la luz
que en la oscuridad nos guía
iluminando ese camino
que nos lleva hasta Sevilla
buscando tu Catedral,
postrándonos de rodillas
sólo ante Ti, buen Jesús,
pues Tú siempre nos indicas
el lugar donde está el bien.
Señor de las Tres Caídas,
déjanos poder seguirte,
ya que en tu Rostro radica
la fe que nos regalaste
y la fuerza tan divina
que a todos hoy nos conduce
al perdón y a la alegría,
porque sólo Tú, Señor,
nos enseñas la sonrisa
que llena de paz al mundo
en la noche y en el día.
Déjanos poder seguirte,
Señor de las Tres Caídas,
danos Tú todo el amor
que Triana necesita
cuando busca la piedad
que a las almas ilumina
dentro de esta sociedad
salpicada de mentiras.
Jesús, muéstranos por fin
todas esas maravillas
que llevas en tu interior,
que al soplar pronto tu brisa
sólo queremos rogarte
con el alma conmovida:
¡déjanos poder seguirte,
Señor de las Tres Caídas!
Fotos: Juan Manuel Labrador.