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Las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2005. Jesús Bastante. ABC.


La congregación religiosa de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl resultó ayer galardonada con el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2005, tras imponerse en las últimas votaciones a las otras dos finalistas, la Organización Nacional de Trasplantes y la Organización Internacional del Trabajo. 

El jurado, presidido por Vicente Álvarez Areces, jefe de Gobierno de Asturias, destacó «la promoción en todo el mundo de los valores de la justicia, la paz y la solidaridad» llevada a cabo por esta congregación, fundada por San Vicente de Paúl en 1633, y que actualmente está presente en 93 países de los cinco continentes. 

La noticia fue acogida con alegría contenida por las religiosas, quienes se vieron desbordadas por el aluvión de llamadas y visitas que recibieron tras la consecución del galardón. En su sede de Madrid, la hermana Mari Carmen trata de contestar a la vez los tres teléfonos que suenan incesantemente, mientras suspira resignada porque «esto no pasa todos los días». En su ingenuidad, pensó que podría seguir «con la labor» (hace tejidos en sus ratos libres), pero el día está resultando tan agitado que ni siquiera ha podido desembarazarse del dedal, que permanece en su dedo índice. 

«Vamos a seguir con el trabajo» 

«Por supuesto que estamos contentas», comenta a ABC en las breves pausas entre llamada y llamada, «pero que quede muy claro: esto no es nuestro ni se nos va a subir a la cabeza. Vamos a seguir haciendo nuestro trabajo hoy y todos los días». No obstante, ayer fue un día especial en todas las casas de las Hijas de la Caridad: las hermanas se abrazaban y besaban al cruzarse por los pasillos, e incluso los transeúntes que participan en programas de reinserción, o los abuelos que acuden al centro de día sonríen «porque el premio también es suyo». 

En la madrileña calle de Martínez Campos la congregación sostiene un colegio en el que estudian más de un millar de niños, alrededor de la mitad hijos de inmigrantes. «Tenemos más de 30 nacionalidades distintas», asegura la hermana María Cruz, que ha tenido que erigirse en improvisada portavoz de las Hijas de la Caridad, aunque en un rato se despide porque tiene que atender el comedor social. 

«Para nosotros este premio supone un homenaje no a nuestra labor, sino a nuestros hermanos empobrecidos de toda la Tierra, que son nuestra razón de ser». Sor María Cruz recuerda que «hoy (por ayer) se celebra en la ONU una reunión para analizar los Objetivos del Milenio, y ojalá este galardón sirva para decir a los políticos que es necesario luchar para erradicar la pobreza». 

Los grandes olvidados 

«Los pobres son los grandes olvidados, tanto en el siglo XVII -momento en que se funda la congregación- como en pleno siglo XXI. No sólo debemos luchar por erradicar el hambre, sino por reconocer los derechos y la dignidad de los más desfavorecidos». 

A la una de la tarde se abren las puertas del comedor que la congregación mantiene en su sede de Madrid. «No es una labor asistencial -argumenta sor María Cruz-, sino un proyecto integral. Ellos hacen la comida, se reúnen para talleres ocupacionales, viven en pisos de reinserción social...». La teoría de «no dar un pez, sino enseñar a pescar» es una de las señas de identidad de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. «San Vicente decía que nuestros claustros debían ser las calles de las ciudades», asume María Cruz, y la realidad demuestra que esta sociedad apostólica ha hecho del mundo su lugar de misión y oración. 

De Indonesia a Nueva Orleáns 

Así, no es extraño ver a religiosas de esta congregación junto a los afectados por el tsunami (los 50.000 euros del premio serán destinados a un hogar para los niños que quedaron huérfanos tras la catástrofe natural) o, en la actualidad, apoyando el trabajo que las hermanas realizan en Nueva Orleáns. 

India, Libia, Angola, Bolivia, Camerún, Ghana, Ruanda, Haití, Honduras, Madagascar o Mozambique son otros rincones donde las Hijas de la Caridad atienden a toda clase de desfavorecidos, desde presos a niños abandonados, pasando por enfermos de sida, lepra o tuberculosis, ancianos y mendigos. También en los países ricos, donde existen los «nuevos rostros de la marginación», reflejados en la inmigración, la drogodependencia o las mujeres maltratadas. Allí «donde quiera que se oiga el clamor de los pobres», como reza uno de sus lemas. 

«Esto supone un reto para no dormirnos y denunciar que en todo el mundo existen personas que necesitan de nuestra ayuda», concluye sor María Cruz, quien asegura: «Estoy orgullosa de mi vida. No sé si lo hacemos siempre bien, pero una cosa sí tengo clara: la vocación por los pobres puede hacer feliz a muchas personas».

Otra religiosa, sor Ángeles, incide en que «seguiremos trabajando como hasta ahora, porque el premio es una llamada a la continuidad, una llamada a los jóvenes a sembrar la concordia y la paz en el mundo».

Más info en:

http://www.abc.es/abc/pg050915/prensa/noticias/Sociedad/Sociedad/200509/15/NAC-SOC-096.asp










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