Arte Sacro
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Paco “el del Gran Poder”. Abel González Canalejo.


 “Cada vez que pienso en el Señor de Sevilla me viene a la memoria mi amigo Paco, a quien hasta el día que supe sus apellidos, siempre conocí como Paco el del Gran Poder”.

El otro día, durante la Exaltación de la Semana Santa de la Hermandad del Rocío de la Macarena, llamaron mi atención las sonrisas entre el público cuando pronunciaba estas palabras.

Parece ser que entre el respetable se encontraban algunos conocidos de mi amigo Paco que había coincidido conmigo – de forma causal – a la hora de asignarle apodo.

Y es que es evidente: Cuando uno visita su negocio, o su casa, o ve casualmente su cartera, invariablemente encuentra el rostro del Gran Poder sosteniéndole la mirada desde una fotografía, o una litografía, o una estampa… El Señor es tan parte de la vida cotidiana de mi amigo Paco que parece – casi – un apéndice de su existencia, o un miembro de su cuerpo… un brazo o una pierna – o mejor – un miembro vital, porque si le quitaran al Gran Poder de su vida, mi amigo Paco sin duda se extinguiría como la llama de un cirio penitente.

“Paco el del Gran Poder” lleva al Señor de Sevilla escrito sobre su piel y marcado a fuego en el corazón por el yerro candente de la mejor sevillanía: Aquella que cree, confía y se entrega al Gran Poder cada día, de forma cotidiana, con la naturalidad de quien respira.

Ésa es la Sevilla que mejor entiende lo que su Cristo contiene entre sus manos; lo que el Señor significa.

Porque El Gran Poder es Dios del Pueblo; compañero del penitente en la vida; aliento del hombre humilde; puntal de la gente sencilla. Dios – hombre que sufre, que se duele como nosotros, pero que sigue adelante. Como alguien dijo: “Aún lleva este Cristo sobre sí las briznas de la carpintería de José”.

Yo miro a mi amigo Paco mirar al Gran Poder, y luego le miro a Él, al Señor, y el Señor siempre me dice lo mismo:

“Mis manos, que contienen el Poder y el Imperio, se agarran al recio palo.

Llevo escrito el dolor en la mirada.

La marca del quebranto en mi tez ennegrecida.

La espalda rota y las manos descarnadas, pero jamás doblo mi rodilla…

Si yo puedo con mi Cruz, tú con la tuya has de poder”.

Le miro y veo su faz atormentada, su rostro antaño ennegrecido, sin piel. Su cara es la de un hombre cansado, rendido bajo el peso de la Cruz, aunque la gallardía de su postura, su pierna adelantada al dolor y su zancada poderosa muestran lo contrario.

Le miro y veo lo que mi amigo Paco ve, lo que la Sevilla cofrade, devota y sensible ve: Que Él es Dios – y más aún – Dios entre nosotros – y más aún – Dios caminando por Sevilla.

Foto: Eduardo F. López










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