Arte Sacro
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¡Que poquito queda!. Remanso de Paz. Alberto de Faria Serrano.


 Una tórtola acurrucada de la Encarnación nos lo susurró por inercia al oído. Asomada al ventanal del presbiterio, descubrió una lágrima precipitándose por su tersa y delicada mejilla. La adivinó en la soledad de la noche, arrodillada al pie del altar vacío y solitario. El que el Amor ocupó hasta el pasado Martes. Su manto  bordado la abrigaba desconsoladamente. Añoraba el vuelo del pelícano entre una humareda vaporosa de incienso. Por la comisura de sus labios se entrelazaba una sonrisa recordando la travesura anual de Zaqueo subiendo hacha en mano por los varales de su palio y saltando de rama en rama. Una mano extendida sobre su hombro le despertaba de su pesar y le avisó que hoy volvería a sentir el Amor de sus hijos.

Ya sabemos por qué comparece como sencilla Reina hebrea de la Dulzura. Con su semblante celestial. Con su mirada perdida en el horizonte de la Calle de la Amargura. Con su puñal dorado clavado como se nos clava el dolor de un ser amado. Con el mimo y la exquisitez de un servidor que le sostenga su pañuelo. Sosteniendo la rosa del Amor de los que se acercan aguardando ordenada y pacientemente su turno. Como embelesándose con Ella. Con su altar milimetrado al detalle y al ornato. Con su ambiente propicio. Con su equilibrio exacto. Con su justa estética troncocónica. En la dimensión soñada. Para qué quieres que se consume la espera si ya está llegando. Este es el Valle donde se secan todas las lágrimas posibles. Donde no ha lugar posible para la tibieza ni el desencanto.

Repleto de un cadalso de promesas encendidas como las notas cadenciosas de Gómez Zarzuela, el sacramento se manifiesta en una liturgia mariana que vale por todas las homilías que este fin de semana se pronuncien en el orbe. Del beso prendido de sus benditas manos, brota la rosa que simboliza todo el remanso de paz que se siente al bajar de su pedestal. Nadie se quiere ir. Ni tú, ni aquél, ni el servidor. Porque sabemos que dejar hoy de mirarla es empezar a verla marcharse por la Calle Cuna: Por eso quisiéramos detener el tiempo cuando es la Doncella quien lo retiene. Por eso estrena así Marzo. El Valle de su ternura es el centro remoto de nuestro tempo cuaresmal. La espera enfila la Rioja soñando con la saya de los soles y encierra la Cerrajería de la puerta donde se terminan de pintar los cirios que la alumbren. Ajustad las manecillas de vuestros relojes. Afinad la sinfonía de los pinceles. ¡Que poquito queda!

A mi amigo David.

Alberto de Faria Serrano

Foto: Juan Luis Barragan.










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